lunes, 13 de agosto de 2012

Elixir Priapus - Crónicas de Kelmor


Dural estaba inquieto. No podía dormir. Cada sonido, cada aroma, el tacto de las sábanas, todo le recordaba las apasionadas noches pasadas con Ainize. Cada vez que cerraba los ojos podía verla desnuda bajo él, a su lado, encima de él, en la cama, en el bosque, junto al río, en el establo, cada gesto, cada gemido, todo, TODO, absolutamente todo le recordaba esos momentos pasados con ella, absolutamente todos los momentos. Tenía calor, sudaba, jadeaba... qué demonios le pasaba? Ni siquiera cuando volvió a casa tras cinco años de ausencia había sentido una necesidad tan urgente¡ Cinco años sin verla, cinco años sin sentir sus besos, sus caricias, su piel, su cabellos, sus labios, sus dedos recorriendo su cuerpo, su blanco cuerpo que tan bien conocía, cinco años sin... Basta¡
Trató de calmarse un poco. Había tomado una decisión, visitaría a Ainize, pero debía calmarse un poco, no debía aparecer en sus aposentos como un animal en celo. Debía despejar un poco su mente, debía tener cuidado, ahora más que nunca, ahora que su secreto ya no era tal.
Salió sigilosamente de su habitación y se dirigió a la de  Ainize. El pasillo estaba vigilado, que extraño¡ Volvió sobre sus pasos y tomó un pasillo lateral, después de unas cuantas vueltas más, llegó al otro extremo del pasillo. También vigilado¡ Maldita sea¡ Dio la vuelta y salió al patio interior casi a la carrera. Desde el jardín podía adivinar la ventana de la habitación de Ainize.  Salió de las sombras del jardín para trepar hasta la ventana cuando un ligero movimiento a su derecha lo alertó.
Un par de guardias venían por el sendero que rodeaba el jardín y que pasaba bajo la ventana de  Ainize. Esperó a que se alejaran, pero se quedaron bajo la ventana. Es que acaso había una conspiración? Igraine¡ Su nombre acudió a su mente junto con su imagen aquella mañana junto al lago. La había abofeteado. Había deseado hacerle daño. Como ella se lo había hecho a Ainize y a él. Por qué aquella maldita chiquilla tenía que meterse en su vida?
Furioso  decidió regresar a su habitación, cuando los guardias se movieron y continuaron la ronda por el jardín. Se quedó quieto, aguantando la respiración. Tal vez eran paranoias suyas, tal vez aquellas rondas no se debieran a la indiscreción de Igraine aquella mañana a su padre.
Rápidamente, en cuanto los guardias se perdieron tras el recodo del sendero, trepó ágilmente por la enredadera que cubría aquella pared. Inconscientemente, su mente de guerrero tomó nota de que habría que hacer podar o cortar aquella enredadera que tan fácilmente daba acceso a las habitaciones del castillo.
Entró en la habitación oscura y sin hacer ruido, moviéndose con seguridad, llegó hasta el lecho de Ainize y se introdujo en él. Ainize no estaba sola, su madre dormía junto a ella en el pequeño lecho. Por pura suerte la débil luz de la luna creciente había iluminado brevemente un rostro que no era el de su querida Ainize.
Rápidamente regresó a sus aposentos, frustrado. Nada más abrir la puerta se quedó parado. Allí, sobre su lecho estaba lgraine, sentada sobre la cama, sujetando con sus brazos y piernas la almohada, la cabeza apoyada sobre ella, mirando el fuego del hogar, ligeramente ladeada hacia la puerta de entrada. Estaba tan absorta mirando las llamas que no se dio cuenta de la llegada de Dural, de forma que él pudo detenerse por unos instantes a observarla. Como ya era habitual en ella, llevaba tan solo el fino camisón de lino blanco que resaltaba el fuego de sus cabellos, brillantes en ese momento por el resplandor del hogar. La barbilla apoyada sobre la almohada, los labios fruncidos en un gracioso mohin, las piernas, desnudas, rodeando la almohada, como si fuera un caballo o... Basta¡
Carraspeó suavemente e Igraine se volvió de inmediato hacia la puerta.
Dural, no te he oído llegar —dejó la almohada en la cabecera de la cama y se acercó a él rodeando la cama y pasando frente al hogar. Su camisón se hizo translúcido un instante y expuso sus contornos juveniles a los ojos de Dural. Conforme se acercaba, el rostro de lgraine adquiría una expresión preocupada.
Estás bien, Dural? -se acercó a él y cogió su rostro entre sus manos—. Tienes fiebre?
Dural solo podía mirarla... Igraine se puso de puntillas y acercó sus labios ala frente de Dural
—Creo que tienes fiebre, estás ardiendo —dijo mirándole con expresión preocupada.
Dural solo podía mirarla... “Aquellos labios, carnosos y suaves, entreabiertos mientras le observaba con seriedad, realmente preocupada... “Aquellos labios que aún no habían sido besados...” Dural frunció el ceño levemente “Cómo demonios sabía él eso?” Porque no dudaba en absoluto de que era cierto, que nunca habían sido besados. a
Igraine observó el ceño fruncido de Dural y malinterpretó su significado.
—Lo siento, ya estoy de nuevo metiéndome donde no me llaman —agachó la cabeza con sumisión. Inútil gesto en tan orgullosa cabeza. Dural cerró la puerta a sus espaldas.
-Qué... —-se aclaró la garganta que de repente se le había quedado seca-. Qué quieres?
-No podía dormir —dijo Igraine en un murmullo. Y luego continuó.- Siento mucho lo ocurrido. No sé si me crees, pero lo siento de verdad. Necesitaba decírtelo. Yo no... no le dije a tu padre quien era tu... amante. Tal vez... Levantó el rostro hacia Dural y le miró implorante mientras le cogía las manos y las estrechaba contra su pecho. -Por favor, Dural, perdóname, por favor -suplicaba con un ligero brillo en los ojos.
Dural solo podía mirar sus manos, atrapadas entre las de ella, sintiendo la calidez y suavidad de la piel de su pecho. Sintiendo, como una descarga, el tacto, ligero, apenas un roce de los pezones de sus pechos... “Unos pechos que no han sido acariciados...” Dural sacudió la cabeza confundido y preocupado. “De dónde salía aquella voz?”
-Sé que he hecho mucho daño, pero, no quiero volver a casa sin que me perdones, por favor, solo una palabra, aunque no sea cierta, solo una palabra y me marcharé para siempre de tu vida —Igraine rodeó con sus brazos a Dural estrechándolo contra si fuertemente, con desesperación—. Por favor, Dural, por favor, perdóname¡
Dural, casi involuntariamente, rodeó con sus brazos a Igraine tratando de mantenerla alejada de su deseo, aspirando el aroma de naranjos y jazmín, limón y cilantro que la rodeaba como un aura. Por unos instantes cerró los ojos y recordó las noches pasadas junto a los fuegos de campamento en los oasis de la Puerta del Desierto Blanco.
Recordó las rojas arenas, los farallones de roca “de las mismas tonalidades rojizas que los cabellos de Igraine”, la fresca hierba debajo de las palmeras, “verde como los ojos de Igraine”. Podía sentir su cuerpo cálido y tembloroso entre sus brazos “un cuerpo que no conoce el tacto de otras manos” sujentándola firmemente contra su costado podía sentir sus muslos sobre su pierna “unos muslos que no han sido separados...” Como por voluntad propia, las manos de Dural se movieron suavemente sobre Igraine, acariciando sus cabellos suavemente, dejando que sus manos bajaran un poco más con cada caricia, murmurando palabras sin sentido en un tono tranquilizador. Poco a poco se fueron calmando sus temblores y sollozos. Poco a poco, las manos de Dural ya habían llegado a las nalgas de Igraine, último territorio cubierto por sus cabellos. Igraine levantó el rostro para mirar a Dural, entre aliviada y sorprendida por la actitud de él. Dural brajó su mirada y se encontrón con aquellos labios entreabiertos “...que exhalaban el aroma dulce de la fruta en sazón“ Unos labios que de repente se convirtieron en todo su mundo, nada había más importante que aquellos labios, nada más perfecto, nada más dulce, nada más...