sábado, 29 de noviembre de 2025

DE MODA. COREA DEL SUR Y EL ACOSO ESCOLAR (o bullying para los pijos)

Está en todas partes, Corea del Sur toma medidas para "evitar"(?) el acoso. Los estudiantes con antecedentes de acoso no podrán entrar a las Universidad (esto es resumir mucho, hay matices, pero básicamente es de lo que quiere alardear el gobierno coreano.


1. El acoso no nace de un “monstruo suelto”: es un síntoma del entorno.

Reducir el acoso a “un chico malo” o “una chica cruel” es simplificar hasta la estupidez.
La mayoría de conductas de acoso aparecen en contextos donde ya existe:

  • violencia normalizada en casa,

  • familias que no saben poner límites,

  • escuelas saturadas donde la humillación se convierte en moneda social,

  • jerarquías de grupo que recompensan la crueldad,

  • presión académica que genera frustración y la vuelca hacia abajo,

  • espectadores silenciosos porque nadie les garantiza protección.

El agresor no surge de la nada: reproduce lo que ve, lo que vive o lo que el entorno permite. Si no abordas ese ecosistema, puedes castigar a cien adolescentes y seguirás fabricando cien más.


2. Un castigo sin apoyo ni reparación no soluciona nada.

Las políticas que se centran solo en “dar un escarmiento” parecen duras, pero son pobres:

  • No cambian la estructura que generó el acoso.

  • No dan herramientas emocionales al agresor para comprender el daño.

  • No acompañan a la víctima en su reconstrucción.

  • No enseñan nada al grupo sobre empatía, límites o convivencia.

Sin prevención, sin educación emocional, sin mediación profesional, sin espacios seguros para que las partes hablen (cuando es adecuado), el castigo funciona como un espectáculo moral:
parece justicia, pero no repara ni transforma nada.

Es venganza institucional con maquillaje de protección.


3. Castigar a un adolescente cerrándole el futuro perpetúa la exclusión.

A los 15–16 años, el cerebro aún está en plena construcción: impulsos, juicio, identidad, autocontrol. Hay margen real para cambiar.
Si a esa edad cometes acoso y la consecuencia es que:

  • no puedes entrar a la universidad que quieres,

  • o quedas marcado de por vida en el expediente,

  • o pierdes todas tus opciones de “rehacerte”,

entonces no estás siendo corregido:
estás siendo encasillado para siempre por un error propio de una etapa inmadura.

El mensaje no es “responsabilízate”, el mensaje es “no hay redención”.
Eso es gasolina pura para repetir patrones de violencia, no para romperlos.
Y socialmente, crea un grupo de jóvenes resentidos, aislados y sin oportunidades:
la receta perfecta para fabricar más problemas a largo plazo.

Occidente perdió el arte del anhelo. Oriente aún lo guarda.

 

O por qué nuestras series ya no saben hacer latir el corazón

Hay una verdad incómoda que en Occidente no queremos mirar de frente: nos creemos los reyes del entretenimiento… pero hemos olvidado cómo contar historias que toquen el alma.

Hollywood puso el turbo hace años. Todo tiene que pasar ya, ahora, rápido: el romance, el conflicto, la cama, el clímax, la resolución. Como si al espectador hubiera que servirle emociones precocinadas porque “no tiene tiempo” para sentir. Y en ese sprint absurdo, hemos perdido lo más importante:

la inocencia emocional.

el anhelo.

la espera que construye significado.


1. Occidente corre. Oriente respira.

Cuando ves una serie occidental moderna, los personajes apenas se han mirado y ya están en la cama.
Como si la intimidad fuera una meta obligatoria en el minuto 12.

En las series orientales ocurre lo contrario: el roce de manos es un terremoto, una mirada sostenida crea vértigo, un silencio dice más que un beso.

No porque sean mojigatos, sino porque entienden algo que nosotros hemos olvidado:

La tensión emocional es más poderosa que la resolución inmediata.

En Occidente lo resolvemos todo demasiado pronto. En Oriente te permiten sentir. Y eso te toca donde las superproducciones nunca llegan.


2. Hollywood confunde “sexualización” con “romanticismo”

No sabemos ya contar una historia de amor sin mostrar piel. Pero mostrar piel no es lo mismo que mostrar alma. El romance occidental actual tiene prisa por comprobar si “hay química”. El oriental sabe que la química nace del detalle, del gesto pequeño que revela vulnerabilidad. Cuando ves a dos personajes asiáticos mirarse como si fueran a romperse, sientes algo que hacía años que no te provocaba ninguna película de aquí: la ternura. Sí, esa emoción que parece desaparecida en combate en nuestras pantallas.


3. El drama occidental ya no se arriesga con la fragilidad

Hemos disfrazado a los personajes de irónicos, cínicos, autosuficientes y sarcásticos… y en ese proceso les hemos arrancado el corazón. Oriente sigue mostrando personajes que se equivocan, que sienten, que dudan, que tienen pudor emocional, que se hieren sin querer, que protegen aunque les duela.

Aquí, en cambio, la vulnerabilidad se ve como “anticuada”. Se confunde delicadeza con debilidad.

Pero el mundo no necesita héroes de cartón; necesita personajes que sangren de verdad.


4. La diferencia más dolorosa: la conexión emocional

Comparas una serie asiática con una occidental y lo notas enseguida:

  • allí los personajes se miran como si el destino dependiera de ello

  • aquí se besan como si estuvieran cumpliendo un requisito del guion

Allí, un gesto tiene peso. Aquí, una escena de cama no tiene alma.

Por eso cuando vemos una producción oriental sentimos un escalofrío extraño: “Ah. Así era. Así se sentía.”

Lo que perdimos, ellos lo conservaron.


5. Occidente no es el centro del mundo, por mucho que lo repita

Y ya va siendo hora de admitirlo. Oriente ha mantenido vivo algo que nosotros sacrificamos en el altar de la inmediatez: la capacidad de contar emociones con honestidad.

Mientras aquí nos reímos de lo “lentorras” que son sus series, allí siguen produciendo historias que sostienen la mirada del espectador sin miedo al silencio, sin miedo al cariño, sin miedo a la vulnerabilidad.

Historias donde la emoción no se grita: se insinúa. Y por eso resuena más.


6. Oriente tiene mucho que enseñarnos

No sobre cultura pop, ni sobre presupuestos, ni sobre efectos especiales. Eso ya lo tenemos. Lo que Oriente sigue enseñándonos es algo mucho más valioso:

Cómo se siente.
Cómo se mira.
Cómo se ama sin prisa.
Cómo se construyen vínculos que merecen un suspiro, no un scroll.

Occidente presume de modernidad, pero hace tiempo que extravió su delicadeza. Oriente, en cambio, la guardó. Y cuando la vemos, cuando nos toca… recordamos que somos humanos.

Ese es su poder. Ese es nuestro olvido.