El sol aprieta, pero no quema: acaricia la piel con la misma calidez de hace años.
El agua de la piscina huele igual que siempre, mezcla de cloro y risas, como si cada chapuzón llevara la memoria de los veranos pasados.
En la mesa, la paella se anuncia antes de verse: ese aroma profundo del arroz cuando empieza a dorarse.
Los pinos vigilan alrededor, derramando gotas invisibles de resina en el aire, y basta respirar para saber dónde estás.
No importa que ahora el chalet sea de tu hermano. Cada vez que propone ir, lo que de verdad te está diciendo es:
—¿Quieres volver un rato al lugar donde todo olía a sol, a agua y a familia?
Y la respuesta, claro, siempre es sí.
No hay comentarios:
Publicar un comentario