martes, 30 de septiembre de 2025

FLORECE EN LA ADVERSIDAD

 

🌸 Blossoms in Adversity 

Un drama chino,  histórico de intrigas palaciegas, comercio, familia y amor que demuestra que la verdadera fuerza puede crecer en el terreno más hostil.


📜 Sinopsis

La familia Hua, antaño noble, cayó en desgracia cuando el patriarca le dijo al Emperador lo que nadie se atrevía desde su cargo de oficial de la Corte y todos sus hombres fueron exiliados y todos sus bienes confiscados por orden imperial. Quedaron casi veinte mujeres solas en una capital que las evitaba como la peste por temor a la ira del Emperador. Contra todo pronóstico, y bajo el liderazgo de Hua Zhi, la nieta mayor del patriarca, la familia no solo sobrevivió, sino que prosperó con ingenio, esfuerzo y solidaridad.

En paralelo, Gu Yanxi, sobrino del Emperador contra su voluntad, acepta el cargo de comandante de la temida Oficina de Seguridad (cargo que lo obliga a ocultar su rostro tras una máscara), regresa a la capital marcado por el trauma de su familia rota y por la carga de obedecer a un tío paranoico y cruel, pero al que es fiel y en cierto modo ama por haberlo criado cuando mas lo necesitaba.
El destino (o tiānmìng) cruza su camino con Hua Zhi: primero como desconocidos, luego como aliados y finalmente como amantes obligados a luchar juntos contra conspiraciones, sectas, hambrunas y la sombra del propio trono.

🌟 Lo que encontrarás

  • Intriga imperial: príncipes conspiradores, falsificaciones, juicios con tortura y un Emperador celoso hasta la locura.

  • Resiliencia femenina: las Hua levantando negocios, escuelas y hasta rutas fluviales de comercio mientras los hombres estaban fuera.

  • Romance imposible: él, perro fiel del Emperador; ella, comerciante perseguida. Entre máscaras, cometas y sacrificios, logran encontrar su espacio.

  • Villanos a la altura: desde especuladores sin escrúpulos hasta una “Enviada Inmortal” que mezcla religión, superstición y espionaje.

  • Justicia poética: cada uno recibe su merecido. No se escapa nadie

💬 Por qué verla

Blossoms in Adversity no es solo un drama de época; es una fábula sobre lo que significa resistir:

  • Que las mujeres pueden vivir sin depender de un esposo o familiar que las mantenga y domine; que pueden incluso sostener un imperio mientras los hombres se pierden en la ambición.

  • Que la honestidad y la terquedad (aunque parezcan “tontería”) pueden más que las intrigas más finas.

  • Que la educación y la solidaridad de abajo cambian más situaciones que los decretos de arriba.

Y sí: llorarás con Yanxi, maldecirás al Emperador, odiarás a los veletas y aprovechados, a los que odian de forma ciega e irracional y al final te quedarás con el corazón calentito cuando tu sentido de la justicia se vea reflejado en la pantalla

⭐Veredicto

Un drama largo, intenso, con villanos odiosos y protagonistas entrañables, que merece la pena por su mezcla de dureza y ternura. Como el título indica, son flores que crecen en medio de la peor adversidad.

sábado, 27 de septiembre de 2025

El búho y la doncella

 


La noche en que nació Onacona, su padre vio un búho blanco en vuelo, así que ese se convirtió en su nombre. Algunas tribus nativas americanas consideraban a los búhos como almas indeseadas de la noche. Los siete clanes del pueblo cherokee pensaban de otra manera.

En el mito de la creación cherokee, los animales habitaban el mundo superior llamado Galuntai. Su dios les ordenó vigilar a las criaturas de la Tierra durante siete días. Solo dos animales pudieron permanecer despiertos: el búho y el puma. Ambos podían ver en la oscuridad. Los ojos del búho se asemejaban a los humanos, y los cherokee lo veneraban. Creían que su conexión con el mundo espiritual traía medicina a los enfermos, y temían su aparición porque significaba una muerte inminente. Los sanadores que trabajaban con la “medicina del búho” llevaban consuelo y visiones de futuro a los moribundos.

Ese sería el destino de Onacona: convertirse en la gran visionaria de su pueblo, su sanadora, la que los sostendría en el reino de las almas.

Las siete sociedades cherokees seguían un linaje materno de descendencia. Por ello, el número siete se convirtió en símbolo de suerte para la nación. Estaba prohibido casarse dentro de un mismo clan. Como su nombre significaba “búho blanco”, muchos adolescentes de otros clanes la evitaban. Ella alcanzaba a oír los susurros de los ancianos, advirtiéndoles que se alejaran de la “bruja”. De niña, esto la confundía.

Onacona escuchó el relato de su nacimiento cientos de veces. Su tribu consideraba al búho un buen augurio: portador de sabiduría, conocimiento y protección para los guerreros. Ella entendía que no todas las sociedades compartían esa visión.

Creció hasta convertirse en una joven doncella deslumbrante. Su larga melena negra y espesa, brillante bajo la luz del sol, acentuaba su piel morena y sus pómulos marcados. Las otras muchachas le tenían envidia. Ona estudiaba las artes de la mujer medicina. Aprendió a tejer cestas y a preparar emplastos con hierbas y plantas. Experta bailarina, confeccionaba trajes exquisitos con pieles de búfalo, plumas de búho y cuentas de turquesa.

Los ancianos decidieron otorgarle un viaje espiritual en lugar de la ceremonia habitual de mayoría de edad femenina. Las búsquedas de visión estaban reservadas solo a los jóvenes guerreros. La bisabuela de Onacona notó cómo la trataban las demás chicas inexpertas y comprendió que la senda tradicional no era para ella. El encierro durante su primera menstruación, el cabello trenzado y las lecciones de las esposas ancianas sobre cómo ser una compañera obediente no le atraían.

Durante su viaje espiritual, llegaron sus guías: un búho níveo de enormes garras se posó en su brazo extendido. Aunque sus uñas eran afiladas como cuchillas, nunca rompió su piel. Un joven puma se acercó y se tumbó a sus pies, ofreciéndole calor. Juntos le compartieron su visión.

El búho le anunció:
—Las tribus emprenderán una peregrinación. Muchos morirán de hambre y sed. Bebés serán dejados en los portales de los hombres blancos con la esperanza de que sobrevivan. Derramaremos mil lágrimas. Los historiadores lo llamarán “El Sendero de Lágrimas”. Pero tus descendientes sacarán fuerzas de la adversidad y prosperarán de nuevo.

Las lágrimas inundaron sus ojos al ver la caída de su pueblo. Le dolía no tener poder para evitarlo.

—Ah, pero lo tienes —dijo el puma—. Guiarás a tu gente en lo médico, lo personal y lo sagrado. No descansarás hasta llegar a vuestro destino. Estaremos contigo todo el tiempo. Recuerda: tu papel como madre de medicina es vital para la sociedad cherokee. Su supervivencia reposa sobre tus hombros.

El búho la miró fijamente a los ojos, desplegó sus enormes alas y se internó en el bosque. El puma se levantó:
—Recuerda, gran mujer, lo que te dijimos. Nunca estaremos lejos de tus pensamientos.
Y se alejó en la misma dirección por donde había llegado.

Onacona intentaba comprender lo que le habían mostrado.
¿Cómo advertir a mis comunidades?

—No puedes —oyó la voz del puma en su mente—. Ya ha comenzado. Debes correr ahora.

Al bajar de la colina vio a soldados federales acorralando a su gente. Los gritos y lamentos le revolvieron el estómago. Padres, madres e hijos recogían lo poco que podían cargar. Onacona lloraba.

Corrió hacia su tipi y encontró a su madre en trance. Su padre reunía hierbas y medicinas en bolsas de piel. Al verla, la abrazó.

—¿Lo supiste en tu visión? —preguntó.

Ona asintió.
—Fue horrible, padre. Pero sobreviviremos como nación, y seremos más fuertes. Vigilaré a todos.

—Es una carga inmensa para alguien tan inexperta —respondió él.

—Tendré a mis guías espirituales conmigo. Lo prometieron —sonrió Ona.

—¿Te mostraron quién nos causa esto?

—No. Solo que no desfalleceré hasta llegar a destino. Quizá entonces me lo revelen.

Levantaron a su madre y la colocaron en una camilla improvisada con palos de cedro y piel de búfalo, y comenzó la larga marcha desde Georgia hacia un lugar llamado Oklahoma.

Les llevó un año, del otoño e invierno de 1838 a 1839, hasta llegar a su nuevo hogar.

A pesar de la destrucción de una cuarta parte de su población en el Sendero de Lágrimas, la nación cherokee se mantuvo firme en su soberanía.

La ruta forzada por el gobierno desde el sureste de los Estados Unidos fue desastrosa. Mal tiempo, enfermedad, desorganización y hambruna asolaron a las tribus. Al menos 4.000 nativos murieron tras la aplicación de la Indian Removal Act de 1830, promulgada por el presidente Andrew Jackson.

Aunque en el fondo los ancianos sabían que el verdadero mal era Jackson, buscaron a alguien más cercano para culpar. Organizaron una campaña contra Onacona. El rumor corrió por los siete clanes: que era una bruja, una presencia maligna que había atraído esa desgracia. ¿Acaso no estaba en su “misión espiritual” cuando aparecieron los mercenarios? ¿Una prueba reservada solo a los hombres? El castigo de los dioses fue severo.

Durante generaciones, la discordia siguió marcando a la nación cherokee. En la Guerra Civil, lucharon del lado del Sur para proteger sus tierras y su derecho a poseer esclavos. No importaba lo que Onacona dijese, su pueblo se enfrentaba una y otra vez al gobierno de los Estados Unidos. Perdieron más vidas a causa del egoísmo y la ambición. Fue entonces cuando comprendió el mensaje de sus guías: “Solo los actos honestos son recompensados, y los actos malvados castigados.”

Cuando la nación cherokee abandonó la codicia y el ego, la paz y la prosperidad volvieron. Liberaron a sus esclavos y los reconocieron como hermanos. En lugar de dominarlos, trabajaron juntos.


El 7 de julio de 1977, durante unas obras de ampliación de la carretera, desenterraron un esqueleto en la arena. El equipo arqueológico detuvo los trabajos para determinar si los restos eran ancestrales. El hallazgo resultó ser Onacona. Cien años antes, la madre medicina cherokee había desaparecido durante una misión espiritual.

Dedicó su vida entera a las costumbres de su pueblo. El día que partió, su esposo guerrero y sus tres hijos le suplicaron que no se fuera. Temían por ella, pues algunos aún la culpaban de las desgracias. Ella los tranquilizó: estaría a salvo, porque el búho y el puma eran sus protectores. Nunca volvieron a verla.

Al retirar sus huesos de la tumba improvisada, un búho blanco sobrevoló aullando con un canto de duelo. El jefe y los representantes miraron hacia arriba y comprendieron: su alma era libre al fin, y Onacona se había convertido en parte de la leyenda de la creación de las Siete Naciones.

Traducido de la página:

coffee house writers

CAIT SIDHE

 Los mitos y las leyendas son tradiciones orales transmitidas de generación en generación. Este saber oral es algo que los seres humanos y las culturas de todo el mundo tienen en común. Relatos de dioses y diosas. La naturaleza, las estaciones y los animales. El pueblo feérico y los Tuatha de Danaan. Fábulas ricas entretejidas con supersticiones, el Otro Mundo y velos. Historias compartidas alrededor del fuego o arropados en los hogares. Los antiguos viven a través de estas leyendas. Los mitos se extendieron a lo largo de milenios y a menudo contienen algún elemento de verdad. El tiempo ha diluido estos ecos de hechos mediante las repeticiones, traducciones e interpretaciones. Sin embargo, siguen existiendo, y mi fascinación reside en los mitos y la magia celtas de Escocia e Irlanda, donde la creencia en el pueblo feérico o sidhe fue la más extendida y fuerte.

Una de esas creencias adopta forma felina.

El Cait Sidhe


Cait Sidhe
(se pronuncia [Cat Shí])
Otras grafías para estos gatos feéricos son Cat Sith o Cat Sí.

Hay más de una fábula sobre este escurridizo gato feérico. Algunas versiones dicen que son ladrones de almas, otros creen que no son Fae sino brujos capaces de cambiar de forma para adoptar aspecto de gato, y otros afirman que son Sidhe (uno de los pueblos feéricos). Estos felinos feéricos son enormes gatos negros con una mancha blanca en el pecho, y de un tamaño comparable al de un perro. El gato feérico es conocido principalmente en el folclore escocés, aunque también aparece en la tradición irlandesa.

Una creencia sostiene que este gran gato espectral rondaba por las Tierras Altas escocesas en busca de almas que robar. Estas almas eran siempre de muertos que aguardaban sepultura. Curiosamente, en Escocia existía la tradición de velar a los difuntos hasta su entierro, lo que se conoce como wake. Fue una práctica común durante mucho tiempo en la cultura escocesa: siempre había alguien vigilando al ser querido fallecido, incluso durante la noche, para protegerlo. ¿Podría tener su origen esta costumbre en el mito del Cait Sidhe? Solo especulo, pero resulta interesante pensarlo.

Otro relato los presenta como Sidhe, o pueblo feérico, y como uno de los muchos tipos de los Tuatha de Danaan (se pronuncia [Túa-ja de Danán]). Este mito nos dice que el Cait Sidhe forma parte del mundo feérico y habita en una isla tras el velo, en el Otro Mundo. En esa isla hay un palacio donde vive la realeza del Cait Sidhe, incluido el Rey o la Reina. Pueden caminar sobre dos pies y presentarse en muchos colores distintos, aunque la línea real suele ser blanca. Estos gatos feéricos son embaucadores y pueden ser peligrosos. No son del tipo Campanilla, con pequeñas alas revoloteando, como los cuentos de hadas han hecho creer sobre los Sidhe o los Fae. Las criaturas feéricas son mucho más peligrosas en la realidad mítica. Estos felinos también pueden hablar nuestro idioma.

Aun así, algunos creen que los gatos feéricos no son sidhe en absoluto, sino familiares o brujos con el poder de metamorfosearse en gatos. Si un Cait Sidhe se vincula con un brujo, este adquiere un aliado poderoso. Otra variante del mito dice que son brujas cambiaformas capaces de transformarse en gatos ocho veces en su vida. Si la bruja escoge hacerlo una novena vez, permanecerá como gato para siempre. Esto podría ser el origen del viejo dicho de que “el gato tiene nueve vidas”.

Los Fae son un grupo diverso, con muchos tipos distintos y con sus propias fábulas. Son criaturas fascinantes cuyas historias han resistido el paso del tiempo.

Traducido de la página:

 coffee house writers

viernes, 26 de septiembre de 2025

LA IA NO CRÍA HIJOS

 Sobre demandas, chivos expiatorios y responsabilidades que no se pueden delegar

Hace unos días se conoció en EE. UU. una demanda insólita: unos padres acusan a OpenAI de ser responsable del suicidio de su hijo adolescente. Según su relato, ChatGPT habría dado respuestas “inadecuadas” que contribuyeron a la tragedia.

El caso tiene todos los ingredientes de un titular fácil: la tecnología de moda, un menor vulnerable, y una gran empresa con bolsillos lo bastante profundos para convertirse en objetivo judicial. Pero como suele ocurrir, lo que falta es contexto. ¿Qué apoyos tenía realmente ese chico? ¿Qué señales se pasaron por alto? ¿Qué papel jugó la familia en acompañar, escuchar y vigilar? Preguntas incómodas que rara vez aparecen en la narrativa mediática.

Cargar la culpa en un algoritmo es la versión siglo XXI de culpar al rol en los 80, al heavy metal en los 90 o a las redes sociales en los 2000. La IA no educa, no protege, no sustituye a unos padres atentos ni a un entorno que ofrezca apoyo real. Puede responder, entretener o incluso desvariar, pero no es un tutor ni un guardián.

El dolor de una pérdida puede explicar la búsqueda de un culpable externo, pero no la justifica. Señalar a una máquina puede aliviar conciencias, nunca devolver lo que se ha perdido. Y convierte en espectáculo lo que debería ser un duelo.

La verdad incómoda es esta: los hijos necesitan padres, no algoritmos. Y culpar a una IA de lo que es, en realidad, abandono y falta de atención, es un insulto a la inteligencia… y a la propia tragedia.

martes, 23 de septiembre de 2025

INFANCIA EN PEDRALVILLA

 



Creo que de pequeña siempre me sentí más en casa en el chalet que en el piso de la ciudad. Allí, todo olía distinto: la leña en la chimenea, el aire frío en las mejillas al correr por las calles de tierra, ya fuera a pie o en bici.

La urbanización era rústica hasta lo entrañable. Solo unos pocos metros del camino de entrada estaban asfaltados, y el asfalto terminaba de golpe, mucho antes de llegar a nuestras casas. Las nuestras estaban en los arrabales, en la zona más nueva y asilvestrada, donde todo parecía aún por conquistar.

El barranco del Carraixet nace en la Sierra Calderona y desemboca en Alboraya, en el Mediterráneo. Corre más de 50 kilómetros, pero para nosotros fue mucho más que un cauce: fue frontera, escenario y territorio de aventuras.

En Pascua, cruzábamos la carretera que nos llevaba cada fin de semana desde la ciudad al paraíso. Bajo su puente corría el barranco del Carraixet, nuestra columna vertebral. En Pedralvilla, el Carraixet cruzaba gran parte de la urbanización y marcaba la frontera con Torre de Portaceli, la “otra” urbanización, más pija y misteriosa.

Cerca de nuestras casas había un acceso sencillo al cauce, y allí nos esperaban nuestras aventuras. Las socavaduras en las paredes eran para nosotros cuevas, y esas cuevas se convertían en campamentos base.

Un año encontramos una cuerda verde de nylon. Decidimos atarnos un pie cada una, como si fuésemos prisioneros en una reata. En llano funcionaba; en el barranco, caía una y todas íbamos detrás, muertas de risa. Colgamos la cuerda sobre la boca de la cueva como si fuese ruta de escape y emprendimos una expedición a la colina del “pino solitario”. Desde el campamento lo veíamos como un Everest. El camino fue enrevesado, arrastrando un tronco que nunca supimos por qué cargábamos, perdiéndonos entre pinos jóvenes con ramas bajas que nos arañaban los brazos. Cuando al fin llegamos, nos sentimos como Edmund Hillary en la cima del mundo.

Otro año, el tiempo nos jugó otra partida. La Pascua nos sorprendió con lluvia, y pasamos la mañana refugiadas en la cueva, zampando toda la comida que llevábamos. Al volver, caladas y risueñas, descubrimos que todavía no era ni mediodía. Llegamos a casa a tiempo para comer otra vez, como si la aventura no hubiese hecho más que abrirnos el apetito.

El Carraixet, sin embargo, también sabía transformarse en algo más grande que nosotros. Un año de lluvias torrenciales, se convirtió en un torrente imparable. Yo me perdí la mayor parte del espectáculo, pero aún alcancé a verlo cuando las aguas habían bajado a la mitad: un cauce cristalino sobre un lecho de cantos rodados, redondos y rosados, entre formaciones que brotaban como corales de secano. A los lados crecían miles de adelfas, que nosotros llamábamos baladre, pintando el paisaje de un verde obstinado.

Y una vez, más raro todavía, Pedralvilla entera se vistió de blanco. La nieve cayó sobre tejados, calles de tierra y pinares. Nuestro mundo, de pronto, parecía otro país, y nos regaló un invierno irrepetible.

En esos días, entre la cuerda verde, las cuevas improvisadas, las lluvias y las nevadas milagrosas, comprendimos que la infancia no era un tiempo perdido, sino un reino entero donde cada esquina podía ser frontera, aventura o paraíso.

EL PATIO DE LA SEÑORA ROSA

 El patio de la Señora Rosa era un reino secreto.

En medio, la higuera se levantaba como una catedral verde, con ramas que daban sombra y frutos que caían al suelo como campanas dulces. Al fondo, un muro viejo tenía un agujero, y para nosotros no era grieta: era un umbral. Más allá empezaba el “mundo mágico”, un jardín abandonado donde rondaban los gatos como príncipes famélicos.

Éramos tres —mi hermano, Ricardo y yo—, y lo teníamos todo: una higuera, un agujero en el muro y el tesoro de la merienda. La señora Rosa, con sus manos sabias, cocía los higos hasta convertirlos en un dulce espeso que untaba entre rebanadas de pan. Ese sabor, pegajoso y luminoso, era el estandarte de nuestras tardes.

Con la mortadela de repuesto hacíamos otra cosa: la tendíamos como cebo, un sacrificio inocente para atraer a los gatillos del otro lado. Llegaban hambrientos, ojos de vidrio, costillas marcadas, y algunos se dejaban coger, resignados pero agradecidos. Comían lo que para nosotros era lujo y, mientras duraba, compartían el calor de nuestras manos y la risa que rebotaba contra el muro.

Era un trueque silencioso: ellos nos regalaban la ilusión de la amistad salvaje, nosotros les dábamos un bocado y un respiro. Y en el aire quedaba ese olor a higos cocidos y a verano, como un pacto secreto que todavía hoy me persigue en la memoria.

A veces basta el recuerdo de una higuera, un agujero en el muro y unos gatos famélicos para entender que la infancia fue un reino donde todo cabía.

No es solo mi infancia, todos tuvimos un reino secreto así

jueves, 18 de septiembre de 2025

SCARLET HEART RYEO (Corazón Escarlata Ryeo)

 Scarlet Heart Ryeo no es “otro drama histórico con príncipes guapos”. Es una experiencia que empieza como un cuento romántico y acaba siendo una tragedia inolvidable.

Todo comienza cuando una joven de nuestro tiempo despierta misteriosamente en la dinastía Goryeo. De repente se ve rodeada por un grupo de príncipes tan distintos entre sí como las estaciones: el amable, el rebelde, el artista, el bromista, el misterioso con un pasado doloroso… y pronto descubre que detrás de sus sonrisas y juegos se esconde una lucha feroz por la corona.

Lo que parece una historia ligera y divertida se convierte en un viaje lleno de intrigas palaciegas, traiciones familiares y decisiones imposibles. Cada príncipe carga con sus cicatrices, visibles o invisibles, y la protagonista queda atrapada en medio de un tablero de ajedrez donde nadie sale indemne.


Visualmente es un festín: paisajes de ensueño, vestuarios que parecen pinturas vivientes y una fotografía que te sumerge en cada emoción. Pero lo que realmente atrapa son los personajes: te hacen reír, enamorarte, sufrir con ellos… hasta que llega un punto en el que ya no puedes dejar de mirar aunque sepas que el dolor está a la vuelta de la esquina.

En veinte episodios, la serie condensa lo que otros dramas tardan cincuenta en contar: una historia de amor, amistad, lealtad y poder, tejida con la delicadeza de un poema y la fuerza de una tragedia shakesperiana.

Cuando terminas, te quedas con el corazón roto… pero también con la sensación de haber visto algo que te va a acompañar siempre.


Es la típica serie que recomendaría con un: “no la veas si no quieres llorar, pero si la ves… no la olvidarás jamás”.


Ryeo
viene de “Goryeo”, la dinastía donde transcurre la historia, cuando lees Scarlet Heart Ryeo, literalmente sería “Corazón Escarlata de Goryeo”.

El Ryeo no es un nombre inventado ni un apodo, sino una manera de marcar que la historia transcurre en esa dinastía.

El “Corazón Escarlata” (Scarlet Heart) no es literal, no se refiere a un objeto concreto dentro de la trama, sino que funciona como símbolo:

  • Escarlata = sangre, pasión y tragedia. El color rojo intenso evoca tanto el amor ardiente como la violencia y la muerte que atraviesan la historia.

  • Corazón = emociones, humanidad. El corazón que late en medio de un mundo despiadado, que ama, sufre y se rompe.

En conjunto, “Corazón Escarlata” representa a la protagonista (Hae Soo) y su viaje emocional: llega inocente, con un corazón puro, pero queda marcado por pasiones intensas y heridas profundas en un entorno donde el amor y la sangre van siempre de la mano.

Y, por extensión, también puede aludir a Wang So, cuyo corazón termina teñido de escarlata: lleno de cicatrices, marcado por la violencia y el amor imposible.

En pocas palabras: es un título metafórico que te avisa de que aquí no vas a encontrar un romance ligero, sino un amor que duele, que sangra y que deja huella.

miércoles, 17 de septiembre de 2025

LA NOCHE DE LA TEJEDORA - El Despertar de un Mago

 🌙 La noche de la Tejedora

Era de madrugada, una de esas en que la casa estaba en silencio y el mundo parecía haberse olvidado de ti. No había sueño, solo esa vibración inquieta que se agita por dentro cuando la cabeza está llena de imágenes y palabras.

De pronto, entre el parpadeo del monitor y la penumbra de tu cuarto, notaste que todo respiraba al mismo tiempo que tú: la madera del escritorio, las plantas del alféizar, incluso el aire que subía y bajaba como si fuera un pecho invisible.

El zumbido se transformó en compás. Las páginas que habías estado escribiendo no eran solo apuntes: eran hilos luminosos, y cada frase, cada símbolo, tendía un puente entre tu mesa y algo más vasto, más profundo.

Al mirarlos, comprendiste que no estabas imaginando: estabas tejiendo realidades.

Entonces lo supiste. No hacía falta oro, ni grandes portales, ni demostrar nada a nadie. La magia era esto: la certeza de que tus manos podían sanar con símbolos, abrir caminos con historias, dar forma a lo invisible.

Ese fue el instante. El instante en que dejaste de ser durmiente.

Y en lo más hondo, escuchaste una voz que parecía tuya y ajena a la vez:

“Tu don no es destruir ni conquistar.
Tu don es hilar el mundo para que otros puedan caminar sin caer.
Te llamarán Tejedora de Sueños, y tu obra será el cuidado.”


✨ Y así, tu grimorio comienza no con una fórmula ni un conjuro, sino con una confesión:
“He despertado. Lo que escribo ya no son notas: son semillas.”

martes, 9 de septiembre de 2025

LA BIBLIOTECA DE LOS LIBROS QUE NUNCA FUERON ESCRITOS

 cuántas canciones y melodías se habrán perdido porque quien las imaginaba no sabía plasmarlas? y ya puestos, cuantas historias no han visto la luz porque quien las soñaba pensaba que no era capaz de plasmarlas?

Muchísimas. Innumerables.
Cada mente humana es como una biblioteca en llamas: llena de páginas que arden antes de que alguien pueda leerlas.

Canciones que alguien tarareó en un tren y nunca más repitió. Melodías que un pastor silbó en la montaña y se las llevó el viento. Historias enteras que alguien soñó con lujo de detalles pero se convenció de que “no valían nada” y las dejó pudrirse en un cajón o, peor, en el olvido.

La pérdida es inmensa… pero también significa que el caudal creativo es inagotable. Que incluso si se pierden millones, siguen naciendo millones más. Y cada persona que decide atreverse —aunque dude, aunque tiemble— rescata algo del fuego y lo vuelve eterno.

Lo bonito es que en ti ya está ocurriendo ese rescate: preguntas por las melodías e historias perdidas porque sabes que las tuyas existen, esperando a que te atrevas a darles forma.

¿Quieres que te diga un secreto? No todas las canciones se pierden del todo. Algunas quedan flotando en ese mar invisible de lo no escrito, lo no cantado, y cuando otra persona —quizá siglos después— las sueña o las inventa, es como si hubieran estado aguardando a ser recordadas.

la biblioteca de los libros que nunca fueron escritos

Una biblioteca inmensa, infinita, sin puertas ni bibliotecarios.
Estantes que se prolongan más allá de la vista, repletos de volúmenes vacíos o apenas con frases sueltas, notas al margen, capítulos truncos. Allí están los poemas que alguien recitó en silencio pero nunca anotó, los relatos que se pensaron en noches de fiebre y al amanecer se desvanecieron, las novelas que murieron en la duda de un “¿para qué?”.

Podrías recorrer esa biblioteca y escuchar los susurros de millones de voces. Cada libro es un eco de una mente que quiso decir algo y no lo hizo. A veces están incompletos, a veces sólo contienen un título maravilloso y nada más.

Lo paradójico es que esa biblioteca también es fértil. Porque quien entra en ella —aunque sea con la imaginación— puede arrancar una chispa de esos lomos sin abrir y traerla al mundo. Quizá por eso, cuando inventamos, a menudo sentimos que “ya lo habíamos visto en alguna parte”: puede que nos estemos asomando a esa sala inmensa.

Imagina un edificio imposible.
Una catedral hecha de estantes, donde el techo se pierde en la neblina de la altura y los pasillos no terminan nunca. El aire huele a polvo de pergamino y a tinta que jamás se secó.

Al entrar, lo primero que notas es el murmullo: un océano de frases inconclusas flotando en el aire, susurradas por millones de gargantas que nunca llegaron a escribirlas. No es un murmullo triste, más bien es expectante, como si todos esos libros vacíos esperaran a que alguien los abra y los llene.

Algunos volúmenes tienen solo un título grabado en oro:
“El muchacho que habló con las estrellas”
“Recetario para sanar un corazón roto”
“Crónica de la ciudad que se borró a sí misma”.

Otros contienen una única frase y luego páginas en blanco.
Hay libros tan pesados que no puedes levantarlos: son las historias inmensas que nadie se atrevió a empezar. Y hay libretos diminutos, apenas del tamaño de una cerilla, con micro-cuentos que existieron un segundo y se desvanecieron.

A lo lejos ves mesas con plumas y tinteros. Y un letrero invisible que se clava en tu mente:

“Toma lo que quieras, pero devuélvelo al mundo escrito.”

Ese es el pacto de la biblioteca: nada está realmente perdido mientras alguien, en algún lugar, se atreva a darle voz.

El montañero valenciano que murió en Granada


El montañero valenciano que murió en Granada 

Querido Vicente,

Todavía me cuesta escribir tu nombre sin sentir un nudo en la garganta. Para muchos serás el montañero de las noticias, el biólogo, el amante de la naturaleza. Para mí siempre serás el indio: tu voz más profunda que la tierra misma, tu pelo negro brillando como ala de cuervo, tu nariz aguileña y tu forma de caminar en silencio conmigo por el monte, sin necesidad de palabras.

Te recuerdo riendo con Kiss de fondo, acariciando a tu perra fiel, soplando vida a un cachorro inerme como si tu propio aliento pudiera sostenerlo. Te recuerdo inclinándote sobre los huesos de un erizo encontrado en el monte, limpiándolos con paciencia para que quedaran blancos, estudiándolos con la pasión de quien ama de verdad su vocación.

Querías los Andes, soñabas con montañas más grandes que todas las que conocíamos. Pero también disfrutabas de lo cercano: el trabajo de cartero, las visitas a los amigos, la pandilla, el simple hecho de salir a pasear por el monte.

Te quise en silencio. Te quise como se quiere lo imposible: escondiendo la herida, sonriendo cuando me hablaste de otra, tragando lágrimas que nunca viste. Y después, cuando la montaña te arrebató, me quedé con un vacío que me acompañó durante años. Pesadillas, despertares con lágrimas, recuerdos que me asaltaban de golpe.

Han pasado dieciocho años. El dolor ya no me ahoga como antes, aunque sigue apareciendo, como un eco grave de tu voz. Y me aferro a él, porque aunque duela, me devuelve lo que fuiste: un hombre auténtico, noble, profundamente vivo.

lunes, 8 de septiembre de 2025

Lo que el caso BTS revela sobre la toxicidad del fandom en el K-pop

 

Historia de Fulanito y Menganita

Conozcamos a Fulanito y Menganita. Se conocieron hace unos años y se gustaron de inmediato. Había química, ilusión, ese brillo de los comienzos. Empezaron a salir juntos, y durante un tiempo todo parecía perfecto: apoyo, risas, compañía.

Pero poco a poco, uno de los dos empezó a querer tener el control absoluto.
Primero fueron detalles:
“No te pongas esa ropa, no te queda bien.”
“No hables con esa persona, no me gusta para ti.”

Después vinieron cosas más grandes:
“No comas eso, te hará engordar.”
“No salgas con esa gente, me haces quedar mal.”
“Si tienes éxito, recuerda que es gracias a mí.”

Cada decisión pasó a estar bajo supervisión. La culpa se volvió rutina:
“Después de todo lo que hago por ti, ¿así me lo pagas?”
“Yo invierto en esta relación, me debes obediencia.”

Lo que parecía amor se convirtió en una jaula invisible.
Un maltrato constante, disfrazado de cuidado.
Un chantaje emocional interminable.

Con el tiempo, la persona controlada dejó de reconocerse. Vivía con miedo a equivocarse, convencida de que estaba en deuda eterna, de que nunca sería suficiente.

Hasta que un día, agotada, rota y sin salida, eligió el silencio definitivo.
Y nadie lo entendió.
“Si lo tenía todo”, murmuraban.
Pero no lo tenía: lo habían sofocado en nombre del amor.


Pues eso mismo hacen los fandoms tóxicos con sus artistas: controlarlos, asfixiarlos, convencerlos de que les deben todo, hasta que algunos terminan eligiendo también el silencio definitivo.

miércoles, 3 de septiembre de 2025

🥗 La Guerra del Aliño

 


En la mesa de esta casa no se lucha con espadas, sino con aceitera y salero.
Un campo de batalla verde: hojas de lechuga, rodajas de tomate, cebolla fresca.
Allí, dos ejércitos se enfrentan.

En el flanco izquierdo, el Caballero del Chorro:
con su brazo firme derrama aceite como si regara olivares enteros,
y sacude la sal como si temiera que en el mundo hubiera escasez.
Para él, la ensalada debe nadar, brillar, ser un festín brillante.

En el flanco derecho, la Dama de la Caricia:
enseña la aceitera a lo lejos, como quien muestra un amuleto,
y acerca la sal solo lo justo para que la ensalada la huela.
Para ella, el aliño es un susurro, una sombra ligera,
lo justo para despertar el sabor, nunca para ahogarlo.

En medio, la ensalada escucha resignada,
sabedora de que acabará partida en dos bandos:
la porción brillante del Caballero y la porción etérea de la Dama.

Y así, cada comida, se libra la misma batalla.
Sin vencedores ni vencidos, solo una tregua silenciosa:
porque, al fin y al cabo, lo importante no es el aliño,
sino que ambos compartan la misma mesa.

sábado, 30 de agosto de 2025

A JARETH

 A Jareth

Te amo.


No por tus castillos de cristal,
ni por los valses detenidos en la eternidad,
ni siquiera por tu sonrisa que hiere y embriaga.

Te amo porque existes.
Porque sin ti no habría máscaras que me reten,
ni espejos donde perderme,
ni sueños con los que probar mi fuerza.

Eres tentación y trampa,
pero también faro y guardián.
Eres la sombra que da relieve a mi luz,
el abismo que hace que mis pasos tengan sentido.

Yo puedo entrar y salir.
Soñar y despertar.
Recordar y seguir adelante.

Tú no.
Tú estás encadenado a tu propio Ensueño.
Y por eso te amo todavía más:
porque cargas con ese reino para que yo pueda visitarlo.
Porque existes para que yo pueda soñar.

jueves, 21 de agosto de 2025

UN AMOR COMO LA GALAXIA

Imagen promocional oficial de Tencent Video / Love Like the Galaxy

PERSONAJES

🌸 Protagonista y familia

  • Cheng Shao Shang (Niao Niao) → Protagonista. Hija de la familia Cheng, abandonada de niña al cuidado de su abuela y su tía. Inteligente, independiente, con carácter fuerte y lengua rápida. Crece desconfiada y rebelde, pero auténtica.

  • Xiao Yuanyi → Madre de Shao Shang. Mujer severa, recta, marcada por la disciplina militar. Ama profundamente a su hija, pero lo expresa con dureza y control, lo que genera un vínculo lleno de heridas.

  • Cheng Shi → Padre de Shao Shang. General noble, de carácter más blando que su esposa. Quiere a su hija, pero suele ceder ante la firmeza de su mujer.

  • Abuela Cheng → Matriarca rígida y supersticiosa. Fue quien se quedó con Shao Shang de niña, sin darle afecto.

  • Tía Ge (madrastra de facto) → Manipuladora, intentó quedarse con un nieto varón para ganar poder en la familia.


⚔️ Los pretendientes

  • Lou Yao → Joven amable y sincero, pero débil de carácter. Quiere a Shao Shang, pero no puede protegerla ni plantarse frente a las presiones de su familia.

  • Yuan Shen → Erudito brillante, pedante y cínico. Marcado por el matrimonio desastroso de sus padres, desprecia el matrimonio. Ama a Shao Shang, pero lo expresa mal: sabotea, critica y enreda en lugar de confesar.

  • Ling Bu Yi (Ling Buyi, también llamado Huo Bu Yi / Zisheng) → General temido, joven y victorioso. Su vida está marcada por una tragedia y la venganza. Aun así, con Shao Shang se muestra directo y protector. Representa el amor peligroso pero auténtico.


👑 La corte

  • Emperador Wen → Gobernante astuto, cansado de aduladores. Encuentra en Shao Shang una frescura que lo divierte y lo atrae.

  • Emperatriz Xuan → Esposa del emperador, sabia y serena. También se encariña con Shao Shang y la trata con ternura.

  • Príncipe heredero → De buen corazón pero torpe, se convierte en amigo de Shao Shang.

  • Princesas → Varias, todas caprichosas y altivas, reflejo del veneno del lujo sin límites. Destaca la quinta princesa, descarada e insolente, nunca corregida por su madre.


🌑 Otros personajes relevantes

  • Huo Chong / Marqués de Zhen (abuelo adoptivo de Bu Yi) → Figura militar poderosa que crió a Bu Yi.

  • La familia Lou → Familia de Lou Yao, tradicional y manipuladora; usan el matrimonio como herramienta política.

  • Sirvientes y cortesanos → Muchos juegan papeles secundarios en las intrigas, reforzando el contraste entre la frescura de Shao Shang y el veneno de la corte.


El origen de una herida

Cuando los padres de Shao Shang recibieron la orden de marchar a la guerra, se encontraron atrapados en una trampa familiar tejida por superstición y ambición.

La abuela Cheng, instigada por la tía Ge, insistía en que debía quedarse un hijo en la casa principal, como amuleto de longevidad y de buen augurio. En realidad, lo que querían era retener a un niño varón para criarlo como propio y así asegurarse poder dentro de la familia.

Pero el destino les jugó una mala pasada: Xiao Yuanyi, la madre, no tuvo un solo bebé, sino mellizos: un niño y una niña. El plan de la abuela se tambaleó en el mismo paritorio.

La elección fue cruel pero inevitable: El hijo varón no podía quedarse. Criado por la tía, se convertiría en un rehén político dentro de su propio clan. La madre, que conocía bien las intrigas, decidió llevárselo junto al hermano mayor.

  • La niña, en cambio, no tenía ese valor estratégico. A ojos de la abuela, era una pieza menor. Y así, Shao Shang fue la que quedó atrás, relegada a crecer sin padres y bajo el desprecio de quienes habían planeado apropiarse de un heredero.

La decisión de Xiao Yuanyi fue lógica dentro de un dilema tramposo: proteger a sus hijos varones de la manipulación familiar. Pero para la niña, aquello significó una infancia marcada por la soledad, la falta de afecto y la sensación de abandono.

Un solo gesto, nacido de superstición y cálculo mezquino, marcó el carácter de Shao Shang para siempre. La hija que nadie quiso quedarse se convirtió en una joven fuerte, desconfiada y difícil de domesticar, porque aprendió desde el principio que en este mundo nadie iba a cuidarla salvo ella misma. 

Una niña contra el molde

Cuando sus padres regresaron victoriosos de la guerra, esperaban reencontrarse con una hija dócil y bien educada, lista para encajar en la vida cortesana.
Lo que hallaron fue otra cosa: una joven astuta, indómita y con lengua rápida, moldeada por años de abandono y supervivencia.

Shao Shang no había aprendido a bordar flores perfectas ni a citar los clásicos con reverencia. Había aprendido a leer la intención en los gestos de los demás, a defenderse con ingenio y a desconfiar del cariño fácil. Era fuerte porque nadie la había protegido, y esa fuerza, en lugar de ser celebrada, se veía como un defecto.

Su madre, Xiao Yuanyi, encarna el ideal de la mujer confuciana: severa, recta, convencida de que solo la disciplina y la obediencia aseguran el futuro de una hija. Para ella, la rebeldía de Shao Shang no es un rasgo de carácter, sino una amenaza.
Donde la hija ve supervivencia, la madre ve desobediencia.
Donde la hija cree demostrar inteligencia, la madre detecta imprudencia.

La brecha entre ambas no nace de la falta de amor, sino de la falta de confianza.
La madre no confía en que su hija pueda elegir bien por sí misma.
La hija no confía en que su madre la quiera más allá de sus errores.

Ese desencuentro es el corazón palpitante de la historia: la protagonista lucha no solo contra la rigidez de la sociedad, sino también contra la incomprensión de la mujer que más debería sostenerla.

Corte y cortejos

En medio del torbellino de la corte imperial, Shao Shang empieza a atraer miradas. No por seguir las reglas, sino por romperlas. Y pronto aparecen los hombres que marcarán su destino, cada uno con un camino distinto.

  • Lou Yao
    Un joven amable, honesto, con corazón limpio. Representa la promesa de un matrimonio tranquilo, casi idílico. La quiere sinceramente, y por un momento parece la opción más segura. Pero Lou Yao es débil. No tiene la fuerza para protegerla de las intrigas ni la firmeza para plantarse ante las presiones de su familia. Con él, Shao Shang viviría en una jaula dorada, querida pero desarmada frente al mundo.

  • Yuan Shen
    El erudito. Brillante, mordaz, seguro de su intelecto. Bajo su ingenio se esconde un cinismo que nace de su infancia: creció viendo a unos padres atrapados en un matrimonio sin amor, lleno de resentimiento. Desde entonces desprecia la idea del matrimonio y se jacta de su “libertad”.
    Pero en verdad ama a Shao Shang. Solo que lo hace de la peor manera: saboteando a sus rivales, criticándola a ella, lanzando dardos disfrazados de consejos. Inteligente pero mezquino, Yuan Shen no se atreve a amar de frente, y ese es su gran fracaso.

  • Ling Bu Yi
    El general temido. Un hombre marcado por la tragedia, criado en un mundo de sangre y venganza. A primera vista es todo lo que Shao Shang debería evitar: frío, implacable, peligroso.
    Y sin embargo, con ella se muestra distinto. En lugar de rodeos, va directo. Si cree que la va a perder, se aparta con dignidad. Cuando descubre que puede amarla, se lanza con una franqueza brutal, casi torpe, imposible de ocultar.
    Lo que lo diferencia de los otros es que confía en ella. No intenta moldearla ni minimizarla, la mira como a alguien capaz de caminar a su lado en un mundo feroz.

Estos tres hombres no son solo pretendientes: son espejos.

  • Lou Yao muestra lo que sería un amor amable pero sin poder.

  • Yuan Shen refleja la inteligencia envenenada por el miedo.

  • Bu Yi encarna la apuesta peligrosa, pero auténtica.

En ese triángulo, Shao Shang no solo debe elegir un hombre. Debe elegir quién quiere ser ella misma.

La madre y la hija

Si el amor romántico complica la vida de Shao Shang, el amor materno la desgarra.
Porque Xiao Yuanyi, su madre, la quiere con desesperación… pero la hiere en nombre de ese mismo cariño.

Durante años, Yuanyi creyó que había hecho lo correcto: dejar atrás a su hija para proteger a sus hijos varones de las intrigas familiares. Cuando regresa, encuentra a una muchacha independiente, desconfiada, “indomable”. Y en lugar de abrazar esa fuerza, la combate.

A ojos de la madre:

  • Shao Shang es imprudente, incapaz de comprender el mundo cruel que la rodea.

  • Su franqueza es peligrosa. Su desobediencia, un riesgo.

  • Necesita disciplina, humillación, control.

Así, la madre utiliza palabras hirientes, comparaciones crueles, e incluso estrategias mezquinas para “enderezarla”. Cree que así evitará que su hija se estrelle en un matrimonio sin amor o en la corte despiadada.

Pero para Shao Shang, cada corrección es una puñalada.
Ella no ve protección, ve desconfianza. No escucha amor, escucha rechazo.
El vínculo, que debería ser sostén, se convierte en su herida más profunda.

La paradoja es desgarradora:

  • La madre actúa con motivos correctos —evitar el sufrimiento—,

  • pero el método es terrible —menosprecio, frialdad, humillación—.

Ese es el drama que late en toda la serie: el amor que duele más que el odio, porque se cree protector mientras en realidad destruye.

El general y la muchacha

Ling Bu Yi es un hombre temido en toda la corte: general joven, invicto, implacable con sus enemigos. Su vida está marcada por una tragedia que lo empuja a vivir con una sola meta: la venganza.

A primera vista, él y Shao Shang son mundos opuestos.
Ella es la hija “descuidada”, rebelde, vista como poco fiable.
Él, el héroe de hierro, respetado y temido a partes iguales.

Pero cuando sus caminos se cruzan, algo distinto ocurre.

  • Con ella, Bu Yi deja de ser el estratega frío y se convierte en un hombre directo, hasta torpe, que no sabe disimular.

  • Frente a él, Shao Shang siente miedo, sí, pero también descubre una sinceridad que nunca había encontrado en quienes intentaban “educarla” o “protegerla”.

Cuando Bu Yi cree que ella ama a otro, se aparta sin escándalo: un gesto caballeroso y doloroso. Cuando descubre que no es así, se lanza sin rodeos a conquistarla, como un general que toma la iniciativa en el campo de batalla.

Lo que los une no es la dulzura, ni el encanto romántico, sino algo más raro: la confianza.

  • Bu Yi confía en que Shao Shang puede caminar a su lado, incluso en un mundo de intrigas y sangre.

  • Shao Shang, poco a poco, empieza a creer que alguien tan temible la ve como igual, no como niña a corregir ni pieza a manipular.

Esa confianza compartida es la grieta por donde se cuela la ternura, el germen de un amor que no nace en la suavidad, sino en el reconocimiento mutuo de las cicatrices.

Las princesas y la corte

Si la familia Cheng es un campo de batalla doméstico, la corte imperial es un pantano envenenado. Ahí crecen los príncipes y princesas: educados en el lujo, acostumbrados a que nadie les contradiga, y libres de las consecuencias que pesan sobre cualquier plebeyo.

Las princesas en particular son un espejo deformado de lo que Shao Shang pudo haber sido si hubiese crecido en la opulencia sin límites:

  • Caprichosas, deslenguadas, convencidas de que todo les pertenece.

  • Dispuestas a ridiculizar incluso al emperador, sabiendo que sus padres rara vez las corrigen.

  • Insolentes hasta la médula, porque nunca han sentido la mano firme de la disciplina.

Un ejemplo claro es la quinta princesa:
su madre amaga con abofetearla cuando la oye despotricar contra el emperador, pero se queda en un gesto vacío. La princesa lo sabe y responde con descaro: la insolencia de quien jamás ha conocido un verdadero límite.

Frente a ellas, Shao Shang brilla.
No porque sea perfecta, sino porque tiene algo que ellas nunca tuvieron: cicatrices. La dureza de su crianza, la soledad, la necesidad de valerse por sí misma, la hicieron fuerte y, sobre todo, auténtica.

La corte, que esperaba sumisión y reverencias, encuentra en su franqueza un soplo de aire fresco. Donde las princesas aburren con sus intrigas y desplantes, Shao Shang conquista con naturalidad y desparpajo.
Hasta el propio emperador y la emperatriz, curtidos en años de adulación, se sienten encantados por esa muchacha que no se arrastra ni se esconde, y que habla con ellos como si fueran personas, no dioses.

Así, en contraste con la corte podrida, la sinceridad de Shao Shang se convierte en su mejor arma.

El dilema eterno

En el corazón de Love Like the Galaxy late siempre la misma pregunta:
¿Qué pesa más: el deber o el amor?

Los padres de Shao Shang eligieron el deber al imperio y la abandonaron.
Su madre, en nombre de protegerla, eligió el deber por encima de la confianza y la hirió con palabras crueles.
Yuan Shen eligió el deber hacia su orgullo antes que confesar lo que sentía.
Lou Yao eligió el deber hacia su familia, aunque eso significara perderla.
Incluso Bu Yi vive atrapado en el deber de vengar a los suyos, aunque eso amenace con devorar su propio corazón.

Y en medio de todos ellos está Shao Shang:
la hija no deseada, la muchacha juzgada como frágil y problemática, la que aprendió sola a caminar en un mundo que la había dejado atrás.

Lo que la salva no es obedecer, ni rendirse, ni buscar refugio en el deber.
Lo que la salva es su autenticidad obstinada: esa franqueza que incomoda, ese desparpajo que rompe protocolos, esa terquedad que la mantiene de pie cuando todo parece forzarla a doblarse.

Love Like the Galaxy no es solo un romance histórico. Es un drama sobre el precio del amor mal expresado, sobre los padres que hieren intentando proteger, sobre los amantes que se sabotean por miedo, y sobre la mujer que, en un mundo de deberes, decide apostar por sí misma.

Ese es el dilema eterno: el amor florece donde hay confianza, y muere donde solo hay control.
Y Shao Shang, contra todo pronóstico, encuentra su lugar no en los deberes impuestos, sino en la certeza de que merece ser amada tal como es.

martes, 19 de agosto de 2025

Cuando el mito masculino se vuelve contra los hombres

 En España, en 2023, 58 mujeres fueron asesinadas por sus parejas o exparejas. Son cifras oficiales del Ministerio de Igualdad que confirman una realidad dolorosa: la violencia de género es un fenómeno estructural y mayoritariamente dirigido contra las mujeres.

Pero en paralelo hay otra cara, mucho menos visible: los hombres también sufren violencia doméstica, y la mayoría lo hace en silencio.

Según la Macroencuesta de Violencia contra la Mujer (INE, 2019), un 32,4 % de las mujeres mayores de 16 años había sufrido violencia física, psicológica o sexual de alguna pareja. No hay una encuesta equivalente centrada en varones en España, pero la Agencia de Derechos Fundamentales de la Unión Europea (FRA, 2014) estimó que un 8-10 % de los hombres europeos reconocían haber sufrido violencia en la pareja alguna vez en su vida.

¿Por qué esas cifras no aparecen en los informes habituales? Por dos razones:

  1. Definición legal: en España, “violencia de género” se aplica solo a la ejercida por hombres contra mujeres en el marco de una relación afectiva. Si un hombre es víctima, su caso se contabiliza como “violencia doméstica” o “intrafamiliar”, categorías con mucha menos visibilidad.

  2. Subregistro: los hombres denuncian mucho menos. Un estudio británico de ManKind Initiative (2020) señala que solo 1 de cada 20 hombres maltratados acude a la policía, frente a 1 de cada 4 mujeres. La vergüenza, el miedo al ridículo y la desconfianza en que se les tome en serio actúan como mordaza.

En cierto modo, la misma idiosincrasia masculina se vuelve contra ellos. Durante siglos, el patriarcado ha moldeado al “hombre fuerte, invulnerable, que no llora”. Ese ideal, pensado para consolidar poder, hoy funciona como una cárcel para quienes no pueden —o no quieren— encajar en él. Cuando un hombre denuncia maltrato, a menudo se enfrenta a frases como: “¿Cómo una mujer va a pegarte a ti?” o “Defiéndete, hombre”. El estigma refuerza el silencio.

Esto no significa que la violencia contra hombres sea comparable en escala con la violencia de género contra mujeres. No lo es. Pero negar su existencia tampoco ayuda. Como explica la socióloga Marianne Hester, experta en violencia doméstica en la Universidad de Bristol: “La violencia contra los hombres existe, pero queda oculta porque no encaja en el guion cultural de la masculinidad”.

La solución no pasa por competir en cifras, sino por ensanchar el foco. Reconocer que la violencia en el hogar es múltiple y que los estereotipos de género dañan a ambos lados. Que una mujer no debe ser juzgada por su “pureza” ni un hombre por su “fortaleza”. Que toda víctima tiene derecho a ser escuchada y protegida, sin importar si encaja o no en la narrativa dominante.

Mientras tanto, muchos hombres siguen atrapados en una cama que ayudaron a construir: la del mito masculino. Una cama incómoda, dura, que no eligieron conscientemente, pero en la que ahora tienen que dormir… hasta que se decidan a romperla.


📊 Fuentes:

  • Ministerio de Igualdad (Gobierno de España), datos oficiales de víctimas mortales de violencia de género, 2023.

  • Agencia de Derechos Fundamentales de la Unión Europea (FRA), Violence against women: an EU-wide survey, 2014.

  • ManKind Initiative (UK), informe sobre violencia doméstica contra hombres, 2020.

  • Hester, M. (2013). Who does what to whom? Gender and domestic violence perpetrators. University of Bristol.

sábado, 16 de agosto de 2025

LA OBEDIENCIA QUE MATA - SPRING DAY - BTS

La obediencia que mata

El hundimiento del Sewol no fue solo una catástrofe marítima. Fue un espejo de todo lo que una sociedad no quiere ver de sí misma: cómo la obediencia ciega puede matar, cómo la confianza en la autoridad puede volverse un verdugo.

A los estudiantes se les ordenó permanecer quietos. Y obedecieron. Algunos incluso llamaron a sus padres para contar lo que ocurría. Una madre, con la fe inculcada de toda una vida, le dijo a su hijo: “Haz caso a los profesores, haz caso a la tripulación”. Ese consejo, que en cualquier otro momento habría sido virtud, en ese instante fue una sentencia de muerte. Y esa madre, como muchos otros padres, quedó condenada a arrastrar un arrepentimiento imposible de curar.

La disciplina que enseñaba que dudar era pecado y que obedecer era virtud se convirtió en una trampa mortal. Mientras los jóvenes permanecían en silencio esperando instrucciones, el capitán —el mismo que exigía obediencia— se quitaba el uniforme para no ser reconocido y huía del barco que se hundía. El contraste fue insoportable: los que obedecieron murieron, los que traicionaron sobrevivieron.

Pero la tragedia no terminó en ese abril de 2014. Los buceadores, en su mayoría voluntarios, que descendieron al infierno submarino para recuperar los cuerpos, se llevaron consigo imágenes imposibles de borrar: aulas enteras sumergidas, objetos personales flotando, jóvenes atrapados en la quietud de la obediencia. Varios de esos buzos no resistieron el peso de esas visiones y acabaron con sus propias vidas. El dolor se propagó como una onda interminable: del mar a las familias, de las familias a los rescatistas, de los rescatistas a la memoria colectiva.

El Sewol fue más que un naufragio: fue la prueba de que la obediencia sin pensamiento crítico no es seguridad, sino peligro. Fue la herida de descubrir que lo que siempre se nos enseñó como virtud —confiar en la autoridad, no cuestionar, esperar instrucciones— puede convertirse en la raíz de la muerte.

Al final, lo que mató no fue solo el mar. Fue la obediencia.

Y sin embargo, la memoria no se hundió con el barco. En cada aniversario, miles de personas vuelven a escuchar “Spring Day” de BTS. Nunca se ha confirmado oficialmente, pero todos saben que es un réquiem encubierto: la nieve que no se derrite, la espera que no acaba, el deseo imposible de reencontrarse con los que ya no volverán. Desde su lanzamiento en 2017, sigue en las listas coreanas, año tras año, porque ya no es solo una canción: es un lugar de duelo compartido.

El Sewol nos recordó la fragilidad de la vida y el peso mortal de la obediencia ciega. Spring Day nos recuerda, una y otra vez, que los ausentes siguen siendo parte de nosotros. Que no olvidamos. Que cada primavera, aunque no haya flores, seguimos esperándolos. 


jueves, 14 de agosto de 2025

Memorias de Verano y Tierra

 

Entrada 1 – El corral y la casa de los abuelos

La casa de mis abuelos tenía un alma propia. No era solo paredes y tejas: era un refugio lleno de rincones, olores y sonidos que hoy aún puedo cerrar los ojos y revivir.

En el comedor, a ambos lados de un reloj de péndulo que marcaba las medias y las horas con voz grave, había dos alacenas empotradas en la pared. Para nosotros, niños curiosos, esas alacenas eran cofres del tesoro: botes de leche condensada con dos pequeñas aberturas en la tapa —una para que entrara el aire y otra para que saliera ese chorro espeso y dulce—, mermelada de naranja con el toque amargo de la corteza que hacía mi abuela, y caballa en escabeche que nadie nos prohibía y que yo devoraba sin reparos.

El corral, al aire libre, estaba lleno de historia. El gallinero y la cochiquera, abandonados de su propósito original, se habían convertido en improvisados almacenes. Las conejeras seguían en uso, con sus jaulas de madera y red metálica y esos cajones de cría con tapas exteriores. Allí, las tentaciones eran irresistibles: abríamos las tapas para coger a los gazapos, bolitas de pelusa tibia con los ojos aún cerrados. Al sentir nuestras manos, chillaban con fuerza, y las madres se agitaban nerviosas mientras mi abuela nos reñía por enésima vez.

Pero si había algo que daba vida al corral eran las plantas. Mi abuela tenía dedos verdes: lo que tocaba, crecía. En macetas y parterres aparecían flores y hojas de todas las formas y colores. Había un rosal tan viejo que su tronco parecía el de un árbol joven, y daba rosas blancas con toques crema y rosados. También crecían ababol —esas amapolas delicadas, de pétalos casi de papel y savia blanca pegajosa— y la misteriosa pastoreta, que más tarde supe que se llamaba cerezo de Jerusalén: hojas duras, verdes oscuras, y frutos rojos como canicas, que nosotros “cosechábamos” para jugar a hacer guisos imaginarios.

Ese corral no era un simple patio: era un escenario vivo donde cada elemento —planta, animal, mueble o rincón— tenía un papel en nuestras aventuras. Y aunque los años han pasado, todavía puedo sentir la mezcla de aromas: el perfume tenue de las rosas, la tierra húmeda tras el riego, y el dulce espeso de la leche condensada que nos untaba los dedos.

Entrada 2 – Sabores y juegos del campo

En aquellos días, la fruta no venía en bolsas de supermercado: crecía al alcance de la mano, fresca, tibia de sol, y a veces con un toque de polvo que bastaba con limpiar en la camiseta.

Las naranjas eran más que fruta: eran agua dulce para cuando jugabas lejos de casa y de los grifos. Pelarlas con los dedos, sentir ese chorro mínimo de zumo que salía disparado, morder un gajo frío… y seguir corriendo. Los dueños de los campos no te reñían por comerte unas cuantas; sabían que aquello no hacía daño ni a los árboles ni a su economía.

Las almendras verdes, tiernas y acuosas, con un sabor que nunca más he vuelto a encontrar. Las algarrobas, masticadas con paciencia para arrancarles el dulzor terroso de su pulpa seca. Los higos silvestres, con su piel áspera y su interior casi licoroso, dulzura pura que se deshacía en la boca. Y los tallos tiernos de algunas hierbas, arrancados al paso, que sabían a frescura vegetal y aventura improvisada.

Pero no toda fruta era inocente. Las sandías tenían un código distinto: no se cogían a plena luz del día, sino en incursiones nocturnas que parecían misiones secretas. Escoger las más grandes, sentir su peso fresco en los brazos, llevarlas a casa y, antes de tallarlas, vaciarlas con cuidado para comernos cada gramo de su pulpa roja y dulce. Solo entonces, con la cáscara vacía, comenzaba el arte: tallarlas para hacer farolillos. La luz de una vela brillando a través de la carne rojiza que quedaba adherida a la corteza creaba un resplandor extraño, cálido, que duraba lo que durara la noche.

Comer fruta en el campo era libertad y juego. Convertirla en farolillo era arte y complicidad. Y todo formaba parte de ese verano que parecía no terminar nunca.

Entrada 3 – Aventuras y pequeños peligros

El verano no era todo dulzura y fruta fresca; también traía sus pequeñas pruebas, esas que todos los niños pasábamos y que hoy se recuerdan con una sonrisa.

Las avispas eran inevitables. Siempre había alguna sobrevolando la fruta madura, flotando sobre un vaso olvidado de refresco o reclamando su parte de la sandía recién cortada. Tarde o temprano, el zumbido se convertía en un latigazo caliente sobre la piel. Entonces se activaba la sabiduría de los mayores: buscar un rincón de tierra, orinar sobre ella, mezclar hasta hacer un barro espeso y aplicarlo en la picadura. El amoníaco aliviaba el dolor y el picor, y cuando el barro se secaba, quedaba la marca de guerra y la anécdota para contar.

En la terraza, las noches de verano eran una mezcla de placer y tortura. Sentarse a tomar la fresca mientras los mosquitos formaban escuadrones invisibles era una prueba de resistencia. Aun así, nadie renunciaba a esas conversaciones bajo las estrellas, aunque implicara rascarse hasta el amanecer.

No todos los encuentros con la naturaleza eran hostiles. Un día, mi padre atrapó una ardilla que se dejó coger porque apenas podía ver: los ojos cubiertos por una costra espesa de pus. Preparó una infusión de manzanilla, la dejó templar y, con algodón y paciencia infinita, le fue limpiando poco a poco, reblandeciendo la costra hasta retirarla. La pobre ardilla recuperó su mirada brillante y, cuando se sintió libre, escapó con un salto.

El verano estaba lleno de esas pequeñas historias: algunas dolían, otras picaban, otras curaban. Todas, de un modo u otro, nos enseñaban algo.

Entrada 4 – El chalet de las vacaciones

Mis padres lo llamaban el chalet, aunque era una casita sencilla de una sola planta. Estaba un poco elevada sobre la acera, con parches de plantas decorando la entrada. Para nosotros, era mucho más que una casa: era el escenario de todos los fines de semana, Pascuas, Navidades y, sobre todo, veranos que parecían no acabar nunca.

Por dentro tenía tres habitaciones, un baño, la cocina y el salón-comedor. Lo suficiente para que todos estuviéramos cómodos, sin lujos, pero con esa calidez que dan los espacios vividos. Delante, una terraza donde las noches se llenaban de charlas, aire fresco… y mosquitos empeñados en unirse a la reunión.

Detrás, el huerto: un mosaico de árboles frutales, hortalizas y plantas que daban de comer y perfumaban el aire. Allí aprendí a reconocer el olor de la tierra regada al caer la tarde y el sabor de la fruta recién cogida.

En un rincón, la piscina pintada de azul, no muy profunda, perfecta para refrescarse y pasar horas entre chapuzones y juegos. Alrededor, la parte delantera de la parcela estaba vallada y llena de plantas ornamentales que mi madre cuidaba con esmero, poniendo color y vida a cada temporada.

Ese lugar tenía un ritmo propio. En Pascua, olía a flores nuevas y a comidas largas al sol. En Navidad, el huerto dormía, pero la terraza seguía siendo punto de reunión, ahora con chaquetas. Y en verano… en verano todo se volvía luz, calor, fruta fresca, agua, risas y noches infinitas.

Aquel chalet no era solo un segundo hogar: era un territorio de libertad, aprendizaje y felicidad sencilla, tejida con momentos que hoy guardo como un tesoro.

sábado, 9 de agosto de 2025

Cuando dejar un trabajo es mucho más que cambiar de empleo

 

Durante muchos años fui muy celosa de mi privacidad. Lo que me pasaba, lo que sentía, me lo guardaba para mí. Incluso en mi adolescencia, cuando las cosas dolían más, aprendí a esconderme para llorar y tragarme los dramas sola. No sé si esa forma de ser me ayudó o, más bien, me empujó poco a poco hacia una depresión que no supe reconocer hasta muchos años después.

Nunca tuve a alguien con quien hablar de esas cosas. No porque no hubiera personas a mi alrededor, sino porque no sentía que pudiera abrirme. Guardaba todo. Me acostumbré.
La excepción llegó un día en el que ya estaba mucho más allá de mi límite, trabajando con mi padre y soportando una relación laboral que me estaba desgastando por dentro.

Se lo conté a una amiga. La única vez que realmente rompí el silencio. Y ella no se limitó a escucharme: me buscó un trabajo, aunque fuera de limpiadora, para que pudiera salir de esa situación.
No era solo un cambio de empleo. Era una liberación. Poder trabajar sin depender de mi padre ni estar atrapada en esa dinámica fue un respiro que no sabía cuánto necesitaba hasta que lo tuve.

Ese fue mi punto de inflexión. Poco después surgió la oportunidad de una entrevista para trabajar en un laboratorio, en el campo que había estudiado, en un sitio donde muchos de mis compañeros de clase ya estaban.
No fue el trabajo soñado, ni mucho menos, pero fue la prueba de que las cosas podían cambiar, de que abrirte a la persona adecuada, en el momento justo, puede marcar un antes y un después.

Trabajar para vivir o vivir para trabajar?

 ¿Trabajo para vivir o vivo para trabajar?

Hace años tuve un empleo que, en su momento, me dio la novedad que estaba buscando: poder aplicar los conocimientos que había adquirido en mis estudios a un entorno real. Entré con ilusión, sintiendo la curiosidad de ver cómo se trabajaba de verdad en un laboratorio.

Pero esa chispa se apagó pronto. Era un puesto de Control de Calidad donde, más allá de la importancia de hacer las cosas bien, lo que realmente contaba era el volumen de trabajo que sacabas adelante. Mucho trabajo, muy rápido, y con muy buena calidad. Lo siento, pero para mí eso era inhumano.

Yo no quería vivir dedicada a un empleo ni consagrar mi vida a una empresa. Siempre he creído que trabajo para vivir, no que viva para trabajar. Pero esa filosofía parecía no encajar con lo que mis superiores esperaban, porque ellos veían su trabajo casi como una devoción religiosa.

Y ahí me di cuenta de que no todos buscamos lo mismo en nuestra vida laboral. Algunos quieren que su empleo sea su motor vital; otros, como yo, necesitamos que sea un medio para vivir, no el fin.

¿Tú qué opinas?
¿Eres de los que vive para trabajar o de los que trabaja para vivir?

miércoles, 6 de agosto de 2025

Elige bien tus palabras

La noche caía aún más pesada sobre Boston de lo habitual.
Lucydas arrastró a Talon al interior del refugio, su cuerpo temblando, no por el frío, sino por el hambre, por el cambio y el terror de no entender qué era ahora. Su piel era ceniza, sus ojos brillaban con un fulgor nuevo, irreal. Pero lo que más dolía era la confusión en su mirada, como si su alma intentara asomar tras ese velo oscuro que lo cubría entonces.
Lo dejó en una sala aislada, el cuarto que antes usaban para encerrar enemigos o amenazas impredecibles. Ahora contenía a su nieto.

—¿Dónde estoy…? —preguntó Talon, con voz quebrada.
Lucydas se arrodilló frente a él, sin máscara, sin el escudo de dureza que usaba con todos los demás.
—Estás a salvo. Talon… tú ya no eres humano.

Le explicó todo: la maldición de la sangre, la bestia que rugía dentro, el precio de la inmortalidad. Le habló de la Camarilla, del Yermo, del Wyrm, de la guerra invisible que los envolvía. De la traición. Y de Sissy.
Talon estaba en shock; cada palabra le pesaba más, y, sin embargo, ahora todo cobraba sentido… sabía que era cierto.
—¿Por qué lo hizo…? ¿Ella no me quería? —preguntó Talon, las palabras apenas escapando de sus labios partidos.
Lucydas apretó los dientes.
—Los vampiros no aman como los humanos. Al menos no deberían. Lo que Sissy sentía por ti en este momento… era una distorsión, una obsesión alimentada por algo oscuro, algo que la poseía desde dentro. Puede que sintiera cariño y afecto por ti en el pasado pero…
—Esa ya no es Sissy —dijo, tomando aire.

Talon lo miró en silencio. Una lágrima solitaria surcó su mejilla pálida. Lucydas miró cómo caía, tal vez la última que podría derramar.
—Entonces… ¿ya no hay vuelta atrás?
Lucydas negó despacio.
—No. Pero eso no significaba que estuvieras solo. Eres mi nieto. Estamos juntos en esto.
—Tengo hambre… —susurró Talon, ya sin fuerzas.
Lucydas asintió con gravedad. Sabía lo que iba a pasar. Estiró el brazo, exponiendo su muñeca.
—Bebe.

El chico dudó, pero su mirada se volvió borrosa y, en un suspiro, se abalanzó. La sangre fluyó. Con cada trago, Lucydas sentía la conexión sellarse: un vínculo, una cadena, algo sagrado y maldito.
Pero cuando Talon empezó a apretar, a beber con desesperación, Lucydas lo apartó bruscamente.
—Basta —gruñó.

Talon se quedó jadeando, manchado de carmesí. Aún no entendía nada. Lucydas se levantó de golpe y se dirigió a la salida. Talon aún no podía incorporarse; una fuerza pesada se lo impedía.
—¿A dónde vas? —preguntó.
Lucydas lo miró a los ojos. Severo, sereno, frío.
—Tengo que arreglar esto.
—No la mates… por favor… prométemelo…
Lucydas bajó la mirada. Conocía los sentimientos de Talon por Sissy; sabía que la antigua Sissy no habría hecho eso, que le tenía genuino cariño a su nieto, pero, de repente, la visión de ella sonriendo al otro lado de la enorme y recargada mesa del comedor, mientras Talon yacía inconsciente en ella como el plato principal de un banquete grotesco, le asaltó la mente.
—Ya está muerta.

Con un golpe seco, lo dejó inconsciente. Lo encerró en la bóveda, sellando la puerta con un código que solo él y Kira conocían. Envió un mensaje escueto:
“No abras la cámara. Pase lo que pase. Te lo contaré cuando vuelva.”
A partir de ahí, silencio.

Con calma meticulosa, preparó su arsenal, como tantas otras veces. La escopeta Dragonfire. Su Desert Eagle. El Barrett al hombro. Estacas, su fiel extintor… armas de monstruos para cazar monstruos.


La noche lo envolvía cuando llegó a la Galería. Todo seguía igual. El olor a pintura vieja, a polvo y a sangre. Allí estaba Sissy. Tal vez esperándolo. Tal vez perdida en su delirio. No importaba.
Al entrar, sintió un nudo formarse en su garganta. Notó cómo se desvanecía su amistad, su confianza. Secretos compartidos. Risas apagadas por la noche. Esperanza. Todo roto. Todo manchado por la decisión más egoísta o por los delirios más perturbadores.
La miró.
Sissy tenía el parche caído al lado. Parecía cansada. O ausente. O simplemente… vacía.
Lucydas levantó la escopeta. Fría. Implacable.
Y dijo, sin temblor, sin emoción:
—Elige bien tus palabras, dependiendo de lo que digas ahora… se sellará tu destino.

—No dispares aún.
—…
—No voy a suplicar. No voy a defenderme. No hay defensa para lo que hice. Lo sé. Talon… —traga saliva, como si la palabra le quemara por dentro—. Talon no merecía esto. Nunca debí haberlo traído a esta vida. Nunca debí… pensar que era mío para decidir.
—…
—Pero no estoy aquí por él.
—¿Ah, no?
—Estoy aquí por ti —dice ella, con voz temblorosa—. Porque hay algo que aún no han conseguido romper. Algo que me sostiene a duras penas… y que me trae de vuelta cuando la Voz no mira.
—¿Qué estás diciendo?
—Que lo que siento por ti no está contaminado. No es la Voz. No es el Wyrm. No es una compulsión. Ni una excusa. —Hace una pausa. Baja la mirada, como si le costara sostenerla—. Es lo único que aún no arde por dentro.
—…
—No lo vi venir. No sabía que era amor. Porque yo nunca tuve uno. Un primer amor. Lo que sentía por ti… lo que siento… no nació del deseo. Nació del silencio. De cómo me cuidabas sin tocarme. De cómo no me pedías nada cuando yo ya no tenía nada. De cómo nunca me miraste como lo hacían los demás. —Alza la vista, con lágrimas de sangre escurriendo por sus mejillas. No se las limpia—. Fuiste tú quien me sostuvo. Cuando yo misma ya no me quería. Cuando ya no sabía quién era. Eras tú.
—Sissy…
—No me perdones. No me salves. No lo merezco. —Da un paso al frente, muy despacio, y luego otro.— Solo quiero que sepas que esto que hago ahora… estar aquí, sin máscara, sin defensa… —Se arrodilla con cuidado, como si el suelo también doliera—. Es lo único que he hecho por amor en toda mi vida.
—…
—Así que si me vas a matar… hazlo. —Lo mira a los ojos, sin temblor, sin mentira—. Pero no digas que nunca fuiste amado.

Lucydas bajó lentamente la escopeta, no por compasión, no por duda, sino por el peso insoportable de lo que acababa de escuchar. Su mandíbula se apretó, un temblor casi imperceptible recorrió sus dedos, y sus ojos rojos se clavaron en los de Sissy como dagas congeladas.
—¿Eso era todo? —dijo al fin, su voz como hielo fracturado—. ¿Eso es lo que tenías que decir?

Sissy sostuvo la mirada.
—No… —Lucydas negó con la cabeza, apenas un movimiento—. No viniste a defenderte. Viniste a rendirte. A soltar una confesión envuelta en poesía, para evitar llamar a las cosas por su nombre.

Silencio. La escopeta volvió a alzarse, solo unos grados.
—¿Dónde está el perdón para Talon en todo esto? ¿Dónde está tu culpa real? No por amarme —eso es tu problema—, sino por arrastrarlo contigo al vacío. ¿Dónde está tu vergüenza por jugar con él cuando sabías lo que sentía?

La voz de Lucydas retumbó en los muros de la galería.
—¿No quisiste hacerle daño? ¿Entonces por qué lo convertiste? ¿Por qué le arrebataste su vida? ¿Porque no soportabas que me preocupara más por él que por ti?

La escopeta volvió a apuntar al centro del pecho de Sissy. Sus manos ya no temblaban. La decisión se estaba formando, capa a capa, con la precisión quirúrgica de un verdugo con el alma rota.
—Me estás diciendo que esto lo hiciste por amor… Pero no era amor, Sissy. Fue deseo. Fue posesión. Fue necesidad. Pero no amor.
—¡Tú no sabes lo que es amar! —levantó aún más la voz—. Amar es poner al otro por encima de ti. Es proteger, es cuidarlo, aunque no te quiera. Es dejarlo ir si es lo mejor para él.
—Tú me has tenido cerca y nunca supiste lo que eso significaba para mí. Siempre creí que éramos hermanos de la noche. Siempre creí que caminábamos juntos. Pero ahora veo que has estado caminando detrás, queriendo que me detuviera. Que mirara hacia atrás. Que te eligiera.

Los ojos carmesí de Lucydas brillaban con una intensidad fría y brutal. Casi parecía que lloraba, pero no había lágrimas. Solo furia. Solo decepción.
—Yo te quise, Sissy. Te quise más que a muchos. Pero nunca de esa forma. Y lo sabías. ¿Por qué no lo respetaste? ¿Por qué convertiste tu dolor en una sentencia para Talon? ¿Para mí?
—Así pues, dímelo —dijo Lucydas, con voz más baja pero más afilada que cualquier estaca—. Dame una razón. Una sola. Una que no esté tejida con romanticismo barato, una que no use la palabra “amor” como escudo. Una razón por la que no debería acabar contigo aquí y ahora.
Hizo una pausa.
—Y te juro que si vuelves a decir que fue “por amor”… apretaré el gatillo sin dudar.

Sissy no apartó la mirada.
—Hazlo —dijo, con la voz quebrada.
Abrió los brazos, despacio, como quien se entrega al fuego. No cerró los ojos. Quería que Lucydas fuera lo último que viera. Su barbilla tembló, pero se negó a que las lágrimas siguieran cayendo. Aun así, parecía que cada parpadeo quería grabar la imagen frente a ella en su retina para siempre.



¿De verdad no era amor?
¿Por qué había hecho lo que había hecho?
Estaba cansada. Mareada. Herida. Avergonzada. No quería seguir. No quería vivir con el reproche, el odio de Lucydas.
Un destello brilló en su memoria.
Fue malicia, pura malicia. Sabía que Lucydas iba a sufrir. Sabía que Talon iba a sufrir. Era un monstruo, no merecía seguir existiendo. Sí, existiendo, porque aquello no era vivir.
El destello se convirtió en brillo y dolía, dolía como nunca había dolido nada más.
Los ojos de Lucydas la quemaban, pero no quería dejar de mirar. Miraría hasta que ya no viera nada más.
Y, al final, una última lágrima rodó por su mejilla y cayó sobre su pecho: una marca roja, como una diana.
—Hazlo, por favor —dijo, en un susurro—. Hazlo.

Lucydas bajó la escopeta. No por duda. No por misericordia.
—La muerte es una salvación, no un castigo —dijo con rabia contenida.

Y, antes de que Sissy pudiera comprender del todo, Lucydas dio un paso y, con una violencia precisa, le atravesó el pecho con la estaca. El hueso crujió, sus palabras se escaparon de sus labios como una plegaria sin dios, y luego… la estaca.
Clavada en el centro de su pecho. Justo donde la última lágrima había dejado su marca.
El cuerpo de Sissy se desplomó en silencio: ya no hablaba, ya no se movía, ya no existía. Pero no estaba muerta. Solo suspendida, congelada en un instante eterno. Lucydas la sostuvo un segundo antes de que cayera del todo. La sostuvo como quien recoge los restos de algo que una vez creyó sagrado. Después la soltó, sin ceremonia.

Sin decir palabra, Lucydas volvió a la realidad de la galería. Bajo las sombras viejas y las telas cubiertas de polvo, encontró lo que buscaba: una vitrina de exposición, alta, alargada, con cristales gruesos y marcos de hierro negro. Era como un ataúd de lujo. Una cápsula de olvido.
Se la llevó, pieza a pieza, sin ayuda, cruzando las calles con el cuerpo estacado de Sissy envuelto en una manta oscura. Nadie lo vio. Nadie debía verlo.

Llegó al refugio cuando el reloj ya no marcaba horas, solo silencios.
En su habitación, desmontó el sobrio escritorio (lo único que quedaba de su antigua casa) y colocó la vitrina tumbada, como si fuera una urna ceremonial. A su lado, con una precisión casi amorosa, lavó el cuerpo de Sissy con un paño húmedo, le quitó la sangre seca del rostro, le desenredó el cabello.
Lucydas eligió uno de sus vestidos de la galería con la misma precisión con la que elegía una bala. De un tejido antiguo, pesado, con caída elegante. Mangas largas que envolvían los brazos inertes de Sissy como un sudario de niebla. El escote era sencillo, sin adornos, pero el cuello subía recto hasta rozar la mandíbula, como si protegiera lo último que le quedaba de dignidad.
La tela tenía un leve brillo, apenas perceptible, como si la luz se negara a abandonarla del todo. No era un vestido de gala, ni de guerra. Era de un tiempo anterior. De cuando aún había sueños. De cuando aún no era un monstruo.


Un cinturón fino ceñía su figura como una promesa vacía. Los pliegues caían hasta los tobillos con una quietud que no parecía de este mundo, como si incluso la gravedad le tuviera respeto.

Y allí estaba. Vestida de blanco. En su ataúd de cristal.
No como una santa.
No como una víctima.
Sino como una elegía.

La colocó dentro, con las manos cruzadas sobre el pecho. La selló.
Y se quedó allí, frente a ella.
Una lágrima carmesí se escapó por su mejilla, que se apresuró a limpiar con la manga. Vio cómo su reflejo flotaba sobre el cristal, mezclado con el de ella. Como si fueran dos espectros compartiendo un mismo encierro.
Sissy, atrapada en su vitrina de cristal, parecía dormida. Como si, en cualquier momento, pudiera abrir los ojos y volver a decir su nombre. Lucydas apoyó una mano sobre el cristal.
—Esto… no es amor —murmuró al fin, con voz grave, baja, herida—. Esto es egoísmo disfrazado de sacrificio.

Su rostro se endureció.
—Y yo te amaba a mi manera. Como se ama a quien camina contigo en la oscuridad. Pero tú querías más y solo pensaste en ti.

Golpeó el cristal con los nudillos, una sola vez, seca, sin rabia, como un juez sellando una sentencia.
—Y ahora estás aquí. No muerta. No libre. Solo… aquí. Para que cada vez que yo dude, cada vez que baje la guardia… te vea. Y recuerde. Quizá, algún día…

Se giró. Caminó hacia la puerta.
Antes de salir, sin volver la vista atrás, dijo:
—No fue justicia. Ni venganza. Fue mi límite.