Lo más triste que le puede pasar a un amante de la lectura es tener que vender su querido patrimonio.
En mi caso, no es por necesidad… sino por despiste.
Sí, querido público: tengo tantos libros que a veces me compro títulos que ya tengo. Y no solo para mí —lo cual ya es bastante patético—, sino también para mi madre. Le he llegado a regalar libros que ella ya poseía. Al final he tenido que hacerle fotos a sus librerías para no repetir.
Así que me vi en la disyuntiva: o pegarles fuego a los repetidos, o intentar sacarles algún provecho vendiéndolos. Alguien me recomendó una plataforma y me puse a ello: foto de la portada, de la contraportada, del lomo (a veces). ¿Qué más hacía falta? Pues, aun así, había gente que me pedía “más fotos”. ¿Para qué? En realidad, lo que querían era contactar conmigo fuera de la plataforma. Si no vas a comprar, no me molestes.
Luego están los que regatean. Antes de poner precios, miré en otras webs de libros nuevos y de segunda mano para ajustar la oferta. Pero siempre hay alguien que quiere comprar duros a cuatro pesetas.
Lo último ha sido un comprador que, después de recibir el libro, se quejaba del “mal estado” en que se encontraba, en contra de lo que yo había descrito como “como nuevo”. Según él, las esquinas de la sobrecubierta estaban magulladas y uno de los pliegues tenía una gran raja. Cuando yo lo envolví, no tenía ninguna. Pero, como no me gusta que me tilden de estafadora, revisé las fotos que había subido… y me di cuenta de que había fotografiado el ejemplar que me quedé.
No sé si lo hice porque ese estaba en mejor estado o porque el que vendía llevaba un fajín adicional anunciando premios literarios. El caso: he vendido un libro que nuevo vale 18 € por 10 €. En una web de segunda mano, el ejemplar más barato costaba 26 €, y había otros a 50 y 55 €. Cuando se lo comenté al comprador, me dijo que entonces las librerías eran las estafadoras.
Parece que los vendedores siempre somos los malos, y los compradores que se aprovechan de la desesperación o necesidad de quien vende… ¿qué son? Como ya le dije: si no está conforme, que me devuelva el libro y en paz.
Hace poco soñé que cogía todos mis libros y objetos importantes y les prendía fuego. Prefiero que alguien los disfrute, pero no me gusta que se aprovechen de mí. Las bibliotecas no quieren donaciones. Quien compra bibliotecas particulares lo hace por peso o volumen.
Qué triste y qué oportuno: alguien muere, la familia vende su colección sin saber lo que costó reunirla, ni el valor real de lo que tienen. Y luego se lamentan cuando el comprador encuentra alguna “joya” entre lo que ellos tiraron.
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