miércoles, 6 de agosto de 2025

Elige bien tus palabras

La noche caía aún más pesada sobre Boston de lo habitual.

Lucy arrastró a Talon al interior del refugio, su cuerpo temblando, no por el frío, sino por el hambre, por el cambio y el terror de no entender qué era ahora. Su piel era ceniza, sus ojos brillaban con un fulgor nuevo, irreal. Pero lo que más dolía era la confusión en su mirada, como si su alma intentase asomar tras ese velo oscuro que lo cubría ahora.

Lo dejó en una sala aislada, el cuarto que antes usaban para encerrar enemigos o amenazas impredecibles. Ahora contenía a su nieto.

—¿Dónde estoy…? —preguntó Talon, con voz quebrada.

Lucy se arrodilló frente a él, sin máscara, sin el escudo de dureza que usaba con todos los demás.

—Estás a salvo. Talon… tú ya no eres humano.

Le explicó todo: la maldición de la sangre, la bestia que rugía dentro, el precio de la inmortalidad. Le habló de la Camarilla, del Yermo, del Wyrm, de la guerra invisible que los envolvía. De la traición. Y de Sissy.

Talon estaba en shock, cada palabra le pesaba más, y sin embargo ahora cobraba todo sentido… sabía que era cierto.

—¿Por qué lo hizo…? ¿Ella no me quería? —preguntó Talon, las palabras apenas escapando de sus labios partidos.

Lucy apretó los dientes.

—Los vampiros no aman como los humanos. Al menos no deberían. Lo que Sissy sentía por ti en este momento… era una distorsión, una obsesión alimentada por algo oscuro, algo que la posee desde dentro. Puede que sintiera cariño y afecto por ti en el pasado pero…

—Esa ya no es Sissy —dijo, tomando aire.

Talon lo miró en silencio. Una lágrima solitaria surcó su mejilla pálida. Lucy miró cómo caía, tal vez la última que podría derramar.

—Entonces… ¿ya no hay vuelta atrás?

Lucy negó despacio.

—No. Pero eso no significa que estés solo. Eres mi nieto. Estamos juntos en esto.

—Tengo hambre… —susurró Talon, ya sin fuerzas.

Lucy asintió con gravedad. Sabía lo que iba a pasar. Estiró el brazo, exponiendo su muñeca.

—Bebe.

El chico dudó, pero su mirada se volvió borrosa y, en un suspiro, se abalanzó. La sangre fluyó. Con cada trago, Lucy sentía la conexión sellarse. Un vínculo. Una cadena. Algo sagrado y maldito.

Pero cuando Talon empezó a apretar, a beber con desesperación, Lucy lo apartó bruscamente.

—Basta —gruñó.

Talon se quedó jadeando, manchado de carmesí. Aún no entendía nada. Lucy se levantó bruscamente y se dirigió a la salida. Talon aún no podía levantarse, una fuerza pesada se lo impedía.

—¿A dónde vas? —preguntó.

Lucy lo miró a los ojos. Severo, sereno, frío.

—Tengo que arreglar esto.

—No la mates… por favor… prométemelo…

Lucy bajó la mirada. Sabía los sentimientos de Talon por Sissy, sabía que la antigua Sissy no habría hecho eso, que le tenía genuino cariño a su hijo, pero de repente la visión de ella, sonriendo al otro lado de la enorme y recargada mesa del comedor, mientras Talon yacía inconsciente en ella como el plato principal de un banquete grotesco, le asaltó la mente.

—Ya está muerta.

Con un golpe seco, lo dejó inconsciente. Lo encerró en la bóveda, sellando la puerta con un código que solo él y Kira conocían. Envió un mensaje escueto:

“No abras la cámara. Pase lo que pase. Te lo contaré cuando vuelva.”

A partir de ahí, silencio.

Con calma meticulosa, preparó su arsenal, como tantas otras veces. La escopeta Dragonfire. Su Desert Eagle. El Barret al hombro. Estacas, su fiel extintor… armas de monstruos para cazar monstruos.

Sissy de perfil llorando
La noche lo envolvía cuando llegó a la Galería. Todo seguía igual. El olor a pintura vieja, a polvo y sangre. Allí estaba Sissy. Tal vez esperándolo. Tal vez perdida en su delirio. No importaba.

Al entrar, sintió un nudo formarse en su garganta. Notaba como se desvanecía su amistad, su confianza. Secretos compartidos. Risas apagadas por la noche. Esperanza. Todo roto. Todo manchado por la decisión más egoísta o por los delirios más perturbadores.

La miró.

Sissy tenía el parche caído al lado. Parecía cansada. O ausente. O simplemente… vacía.

Lucy levantó la escopeta. Fría. Implacable.

Y dijo, sin temblor, sin emoción:

—Elige bien tus palabras, dependiendo de lo que digas ahora… se sellará tu destino.


—No dispares aún.

—…

—No vengo a suplicar. No vengo a defenderme. No hay defensa para lo que hice. Lo sé. Talon… —traga saliva, como si la palabra le quemara por dentro—. Talon no merecía esto. Nunca debí haberlo traído a esta vida. Nunca debí… pensar que era mío para decidir.

—…

—Pero no estoy aquí por él.

—¿Ah, no?

—Estoy aquí por ti —dice ella, con voz temblorosa—. Porque hay algo que aún no han conseguido romper. Algo que me sostiene a duras penas… y que me trae de vuelta cuando la Voz no mira.

—¿Qué estás diciendo?

—Que lo que siento por ti no está contaminado. No es la Voz. No es el Wyrm. No es una compulsión. Ni una excusa. —Hace una pausa. Baja la mirada, como si le costara sostenerla—. Es lo único que aún no arde por dentro.

—…

—No lo vi venir. No sabía que era amor. Porque yo nunca tuve uno. Un primer amor. Lo que sentía por ti… lo que siento… no nació del deseo. Nació del silencio. De cómo me cuidabas sin tocarme. De cómo no me pedías nada cuando yo ya no tenía nada. De cómo nunca me miraste como lo hacían los demás. —Alza la vista, con lágrimas de sangre escurriendo por sus mejillas. No se las limpia—. Fuiste tú quien me sostuvo. Cuando yo misma ya no me quería. Cuando ya no sabía quién era. Eras tú.

—Sissy…

—No me perdones. No me salves. No lo merezco. —Da un paso al frente, muy despacio, y luego otro. —Solo quiero que sepas que esto que hago ahora… estar aquí, sin máscara, sin defensa… —Se arrodilla con cuidado, como si el suelo también doliera—. Es lo único que he hecho por amor en toda mi vida.

—…

—Así que si me vas a matar… hazlo. —Lo mira a los ojos, sin temblor, sin mentira—. Pero no digas que nunca fuiste amado.


Lucy bajó lentamente la escopeta, no por compasión, no por duda, sino por el peso insoportable de lo que acababa de escuchar. Su mandíbula apretada, el temblor casi imperceptible en sus dedos, sus ojos rojos clavados en el de Sissy como dagas congeladas.

—¿Eso era todo? —dijo al fin, su voz como hielo fracturado—. ¿Eso es lo que tenías que decir?

Sissy mantuvo la mirada.

—No… —Lucy negó con la cabeza, apenas un movimiento—. No viniste a defenderte. Viniste a rendirte. A soltar una confesión envuelta en poesía, para evitar llamar a las cosas por su nombre.

Silencio. La escopeta volvió a alzarse, solo unos grados.

—¿Dónde está el perdón para Talon en todo esto? ¿Dónde está tu culpa real? No por amarme —eso es tu problema—, sino por arrastrarlo contigo al vacío. ¿Dónde está tu vergüenza por jugar con él cuando sabías lo que sentía?

La voz de Lucy retumbó en los muros de la galería.

—¿No quisiste hacerle daño? ¿Entonces por qué lo convertiste? ¿Por qué le arrebataste su vida? ¿Porque no soportabas que me preocupara más por él que por ti?

La escopeta volvió a apuntar al centro del pecho de Sissy. Sus manos ya no temblaban. La decisión se estaba formando, capa a capa, con la precisión quirúrgica de un verdugo con alma rota.

—Me estás diciendo que esto lo hiciste por amor… Pero no era amor, Sissy. Fue deseo. Fue posesión. Fue necesidad. Pero no amor.

—¡Tú no sabes lo que es amar! —levantó aún más la voz—. Amar es poner al otro por encima de ti. Es proteger, es cuidarlo aunque no te quiera. Es dejarlo ir si es lo mejor para él.

—Tú me has tenido cerca y nunca supiste lo que eso significaba para mí. Siempre creí que éramos hermanos de la noche. Siempre creí que caminábamos juntos. Pero ahora veo que has estado caminando detrás, queriendo que me detenga. Que mire hacia atrás. Que te elija.

Los ojos carmesí de Lucy brillaban con una intensidad fría y brutal. Casi parecía que lloraba, pero no había lágrimas. Solo furia. Solo decepción.

—Yo te quise, Sissy. Te quise más que a muchos. Pero nunca de esa forma. Y lo sabías. ¿Por qué no lo respetaste? ¿Por qué convertiste tu dolor en una sentencia para Talon? ¿Para mí?

—Entonces dímelo —dijo Lucy, con voz más baja pero más afilada que cualquier estaca—. Dime una razón. Una sola. Una que no esté tejida con romanticismo barato, una que no use la palabra “amor” como escudo. Una razón por la que no debería acabar contigo aquí y ahora.

Hizo una pausa.

—Y te juro que si vuelves a decir que fue “por amor”… apretaré el gatillo sin dudar.


Sissy no aparta la mirada.

—Hazlo —dice, con la voz quebrada.

Abre los brazos, despacio, como quien se entrega al fuego. No cierra los ojos. Quiere que Lucy sea lo último que vea. Su barbilla tiembla, pero se niega a que las lágrimas sigan cayendo. Aun así, parece que cada parpadeo quiere grabar la imagen frente a ella en su retina para siempre.

¿De verdad no era amor?

¿Por qué hizo lo que hizo?

Sissy llorando Está cansada. Mareada. Herida. Avergonzada. No quiere seguir. No quiere vivir con el reproche, el odio de Lucy.

Un destello brilla en su memoria.

“Fue malicia, pura malicia. Sabía que Lucy iba a sufrir. Sabía que Talon iba a sufrir. Era un monstruo, no merecía seguir existiendo. Sí, existiendo, porque aquello no era vivir.”

El destello se convirtió en brillo y dolía, dolía como nunca había dolido nada más.

Sus ojos, los ojos de Lucy, la quemaban, pero no quería dejar de mirar. Miraría hasta que ya no viera nada más.

Y al final, una última lágrima rodó por su mejilla y cayó sobre su pecho, una marca roja, como una diana.

—Hazlo, por favor —dice, en un susurro—. Hazlo.


Lucy bajó la escopeta. No por duda. No por misericordia.

—La muerte es una salvación, no un castigo —dijo con rabia contenida.

Y antes de que Sissy pudiera comprender del todo, Lucy dio un paso y con una violencia precisa, le atravesó el torso con su brazo. El hueso crujió, sus palabras se escaparon de sus labios como una plegaria sin dios, y luego… la estaca.

Clavada en el centro de su pecho. Justo donde la última lágrima había dejado su marca.

El cuerpo de Sissy se desplomó en silencio, ya no hablaba, ya no se movía, ya no existía. Pero no estaba muerta. Solo suspendida. Congelada en un instante eterno. Lucy la sostuvo un segundo antes de que cayera del todo. La sostuvo como quien recoge los restos de algo que una vez creyó sagrado. Después la soltó, sin ceremonia.

Sin decir palabra, Lucy volvió a la realidad de la galería. Bajo las sombras viejas y las telas cubiertas de polvo, encontró lo que buscaba: una vitrina de exposición, alta, alargada, con cristales gruesos y marcos de hierro negro. Era como un ataúd de lujo. Una cápsula de olvido.

Se la llevó, pieza a pieza, sin ayuda, cruzando las calles con el cuerpo estacado de Sissy envuelto en una manta oscura. Nadie lo vio. Nadie debía ver.

Llegó al refugio cuando el reloj ya no marcaba horas, solo silencios.

En su habitación desmontó el sobrio escritorio (lo único que quedaba de su antigua casa) y colocó la vitrina tumbada, como si fuera una urna ceremonial. A su lado, con una precisión casi amorosa, lavó el cuerpo de Sissy con un paño húmedo, le quitó la sangre seca del rostro, le desenredó el cabello.

Lucy eligió uno de sus vestidos de la galería con la misma precisión con la que elegía una bala. De un tejido antiguo, pesado, con caída elegante. Mangas largas que envolvían los brazos inertes de Sissy como un sudario de seda. El escote era sencillo, sin adornos, pero el cuello subía recto hasta rozar la mandíbula, como si protegiera lo último que le quedaba de dignidad.

La tela tenía un leve brillo, apenas perceptible, como si la luz se negara a abandonarla del todo. No era un vestido de gala, ni de guerra. Era de un tiempo anterior. De cuando aún había sueños. De cuando aún no era un monstruo.

Sissy congelada Un cinturón fino ceñía su figura como una promesa vacía. Los pliegues caían hasta los tobillos con una quietud que no parecía de este mundo, como si incluso la gravedad le tuviera respeto.

Y allí estaba. Vestida de blanco. En su ataúd de cristal.

No como una santa.

No como una víctima.

Sino como una elegía.

La colocó dentro, con las manos cruzadas sobre el vientre. La selló.

Y se quedó allí, frente a ella.

Una lágrima carmesí se escapó por su mejilla, que apuró a limpiar con su manga. Vio cómo su reflejo flotaba sobre el cristal, mezclado con el de ella. Como si fueran dos espectros compartiendo un mismo encierro.

Sissy, atrapada en su vitrina de cristal, parecía dormida. Como si en cualquier momento pudiera abrir los ojos y volver a decir su nombre. Lucy apoyó una mano sobre el cristal.

—Esto… no es amor —murmuró al fin, con voz grave, baja, herida—. Esto es egoísmo disfrazado de sacrificio.

Su rostro se endureció.

—Y yo te amaba a mi manera. Como se ama a quien camina contigo en la oscuridad. Pero tú querías más y sólo pensaste en ti.

Golpeó el cristal con los nudillos, una sola vez, seca, sin rabia, como un juez sellando una sentencia.

—Y ahora estás aquí. No muerta. No libre. Solo… aquí. Para que cada vez que yo dude, cada vez que baje la guardia… te vea. Y recuerde. Quizá, algún día…

Se giró. Caminó hacia la puerta.

Antes de salir, sin volver la vista atrás, dijo:

—No fue justicia. Ni venganza. Fue mi límite.

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