sábado, 9 de agosto de 2025

Cuando dejar un trabajo es mucho más que cambiar de empleo

 

Durante muchos años fui muy celosa de mi privacidad. Lo que me pasaba, lo que sentía, me lo guardaba para mí. Incluso en mi adolescencia, cuando las cosas dolían más, aprendí a esconderme para llorar y tragarme los dramas sola. No sé si esa forma de ser me ayudó o, más bien, me empujó poco a poco hacia una depresión que no supe reconocer hasta muchos años después.

Nunca tuve a alguien con quien hablar de esas cosas. No porque no hubiera personas a mi alrededor, sino porque no sentía que pudiera abrirme. Guardaba todo. Me acostumbré.
La excepción llegó un día en el que ya estaba mucho más allá de mi límite, trabajando con mi padre y soportando una relación laboral que me estaba desgastando por dentro.

Se lo conté a una amiga. La única vez que realmente rompí el silencio. Y ella no se limitó a escucharme: me buscó un trabajo, aunque fuera de limpiadora, para que pudiera salir de esa situación.
No era solo un cambio de empleo. Era una liberación. Poder trabajar sin depender de mi padre ni estar atrapada en esa dinámica fue un respiro que no sabía cuánto necesitaba hasta que lo tuve.

Ese fue mi punto de inflexión. Poco después surgió la oportunidad de una entrevista para trabajar en un laboratorio, en el campo que había estudiado, en un sitio donde muchos de mis compañeros de clase ya estaban.
No fue el trabajo soñado, ni mucho menos, pero fue la prueba de que las cosas podían cambiar, de que abrirte a la persona adecuada, en el momento justo, puede marcar un antes y un después.

No hay comentarios:

Publicar un comentario