sábado, 16 de agosto de 2025

La Flor Ardiente

La sentí antes de verla.
Como una corriente subterránea, una presión en el pecho, ese tirón magnético que uno reconoce pero nunca admite. No era que la estuviera buscando; era que algo me empujaba hacia ella. Y cuando mis ojos finalmente la encontraron bajo la luna, supe que ese algo tenía nombre.

Blossom.

Mi brazo se movió solo, envolviendo su cintura, la palma apoyada en la parte baja de su espalda. El contacto era tibio, casi frágil, pero bastó para recordarme la primera vez que la toqué así. Boston.
Y entonces todo volvió.

No era música, no era baile. Era algo primitivo, libre de cualquier forma. Nos movimos como si el suelo no nos sujetara, como si el aire estuviera hecho para sostenernos, como si no existiera nada más allá del pulso que nos unía.
Ella no bailaba conmigo: me arrastraba, me incendiaba, me devoraba a través de aquella particular danza. Y yo… yo la seguía como un hombre que ha visto la orilla después de años en alta mar.
Las marcas de sus uñas en mi espalda ardieron durante días. Las cicatrices en mi espíritu… siguen ahí.

Ahora estaba aquí, arqueando el torso para apartarse, como si no recordara, o peor, como si quisiera convencerme de que no recordaba.
Me miraba con esa dignidad que tan pocos saben usar como arma, como si mi brazo fuese una cadena y no un puente.

—¿Qué quieres, Aion? —me dijo.

Lo que quería… Ni siquiera yo podía definirlo sin desvelar demasiado. Así que sonreí, esa sonrisa que ella ya conocía, la que pide y provoca a la vez.
—Quiero saber si fue solo la luna de Boston… o si eres así en cualquier lugar.

Vi cómo algo se encendía en sus ojos. No lo negaba, pero tampoco lo aceptaba.
—La danza no se repetirá —dijo, y su voz fue un hilo de agua sobre un filo de acero—. Y menos para probar tu pericia.

Quise reír, pero lo que salió fue algo más bajo, más pesado.
—No pienso atraparte, Blossom… —mi brazo se cerró un poco más, sintiendo cómo su resistencia le daba forma a nuestro espacio—. Solo quiero ver hasta dónde llegarías antes de dejarme atrás.

El viento movió su cabello y la luna pareció acercarse un paso más, como si también quisiera ver la respuesta. Pero ella no la dio. Todavía no.

El corazón de Blossom dio un golpe mas fuerte, pero no lo mostró, no a él. La luna estaba sobre ellos, una luna salida de algún momento en el tiempo, inclinándose para ver que pasaba. Blossom también se lo preguntaba.

El silencio se tensaba entre ellos, un hilo invisible que él creía sostener.
Aion mantenía la sonrisa, seguro de que su brazo bastaba para anclarla, seguro de que esa distancia de su torso no sobreviviría mucho más.
Ella lo miraba como quien espera el momento exacto para mover la pieza que derriba el tablero.

El cambio fue casi imperceptible.
Su resistencia dejó de ser retroceso y se convirtió en avance.
Las manos de Blossom subieron por su pecho, lentas, como si fueran a empujarlo… hasta que se cerraron, firmes, alrededor de su rostro.

Él apenas tuvo tiempo de inhalar.
Ella lo atrajo hacia sí, lo bastante para que sus labios rozaran los suyos… pero no había promesa en ese acercamiento.
Había sentencia.

El mordisco llegó sin aviso: preciso, profundo, atravesando la carne blanda de su labio inferior.
El dolor estalló, seguido de la calidez inmediata de la sangre. El sabor metálico inundó su boca, y la respiración de Aion se cortó por un segundo.

Blossom no se apartó del todo.
La sangre no manchó su vestido; la mantuvo a raya con la misma precisión con que había elegido el punto de ataque. Sus manos aún sostenían su rostro, obligándolo a mirarla.

—Aion… —su voz era un hilo bajo, afilado como cristal— lo que quieres tiene un precio.
Sus pulgares rozaron apenas sus mejillas, contraste de caricia y control.
—Un precio en sangre.

Se inclinó un milímetro más, lo suficiente para que su aliento tibio se mezclara con el suyo y para que la sangre fresca latiera entre ambos.

—¿Estás dispuesto a pagarlo?

En sus ojos había fuego y hielo a partes iguales.
Aion, con el labio abierto y el sabor del hierro como única respuesta inmediata, supo que la pregunta no era retórica.

La sangre le corría lenta por el labio, tibia, insistente.
Aion no apartó la mirada, ni siquiera cuando el dolor se mezcló con el pulso acelerado que la tenía a un palmo de distancia.

—Sí —dijo, sin titubear—. Quiero.

No había desafío en su voz, tampoco sumisión. Era una certeza simple, la misma que había sentido en Boston cuando la “danza” lo arrastró sin remedio.
Pero Blossom no le devolvió esa certeza.

Lo soltó.
Sus manos dejaron su rostro con una calma que contrastaba con el mordisco, como si nada urgente hubiera pasado. Dio un paso atrás, y el aire frío llenó el espacio que antes compartían.

—Aquí, no. Ahora, no.

La Torre la había reclamado.

El aire estaba quieto, pesado, como si contuviera la respiración.
No había viento, y sin embargo, algo invisible agitó el espacio entre ellos.

Primero fueron los pétalos.
Blancos, perfectos, cayendo en espirales lentas como si un cerezo invisible floreciera en pleno otoño. Ninguno de los árboles cercanos los reclamaba. Era un milagro sin dueño.

Los pétalos flotaban hacia ellos, rozando la piel, la tela, el aire que separaba sus cuerpos.
Y entonces, a pocos centímetros, comenzaban a arder.
El fuego era silencioso, una combustión pura que los envolvía en destellos anaranjados, como si su propia cercanía encendiera el mundo.

El calor vibraba alrededor de ambos, ondulando el aire como un espejismo.
No era un fuego que consumiera: era uno que respiraba, que vivía en la tensión entre un paso adelante y uno atrás.
Las chispas ascendían con cada pétalo que moría, dibujando una constelación efímera sobre sus cabezas.

La luz, el calor, el olor dulce y fugaz de lo que se quemaba… todo parecía contenerlos en un instante sin tiempo, en el que solo ellos existían.
Como si el fuego no fuera un peligro, sino un pacto.

Blossom se queda hipnotizada entre el espectáculo de fuego y la sonrisa torcida de Aion, sangrando por ella. Se debate entre dejarse arrastrar de nuevo por ese magnetismo o resistir por el bien de su alma, por el bien de su nexo con Cathal. Su cuerpo arde como los pétalos, su respiración entrecortada y jadeante es el eco de la de Aion. Un rubí de sangre cae de sus labios hasta la mano de Blossom que no recuerda en qué momento han subido hasta el pecho de él, no sabe si para apartarlo o para sentirlo. Sus ojos se deslizan por ese pecho desnudo bajo la piel de la cazadora hasta los labios heridos, pero no se detienen hasta alcanzar los ojos de Aion. Si esperaba la burla o la confianza en sí mismo se lleva una sorpresa. Aion la mira como si temiera que ella fuera a desaparecer, pidiendo permiso para quedarse a su lado. Por un instante, el fuego dejó de ser espectáculo.
El calor, los pétalos incandescentes, la sangre que ardía en sus labios… todo se volvió un murmullo lejano frente a la sensación de su mano en su pecho. No sabía si lo apartaba o lo buscaba, y tal vez daba igual: estaba allí, era contacto, era pulso.

Aion bajó la vista apenas, siguiendo el rubí de sangre que había caído hasta sus dedos. Verla manchada por él lo golpeó con una mezcla de vértigo y vulnerabilidad que no esperaba.
Cuando sus miradas se cruzaron otra vez, se sintió desnudo.

No había burla en su sonrisa torcida, ni esa confianza arrogante con la que solía cubrirse como con una armadura. Lo que Blossom encontró fue otra cosa: el miedo íntimo de quien teme perder algo que todavía no sabe nombrar.

Su respiración era un jadeo entrecortado, eco del de ella.
—Blossom… —dijo apenas, como si el nombre fuera lo único sólido en un mundo que ardía—.

No había provocación en su tono, no había máscara. Había una súplica contenida, un permiso que nunca antes había pedido a nadie.
El fuego llovía a su alrededor como si quisiera devorarlos, pero él no apartó la vista, como si solo necesitara una respuesta en esos ojos para decidir si dejarse consumir o resistir.

Blossom sentía el pulso de la sangre de él a través de su mano. Sabía que si continuaba allí el resultado sería mucho mas intenso que en Boston. Las consecuencias serían desastrosas para ambos. Ella deseaba, mas de lo que se podía permitir, que la tomara entre sus brazos y que la llevara mas allá de la razón y la necesidad. Oh, Diosa! Cómo necesitaba volver a sentirlo dentro de ella, como carne, como música, como fuego y espíritu. Eran tantas las cosas que le hacía sentir que no entendía como podía estar ahi parada sin hacer nada. De repente sus ojos se llenaron de lágrimas. El fuego seguía lloviendo, consumiendo los pétalos en el aire antes de tocar el suelo.

El calor no provenía solo de las llamas, sino del contacto: la palma de Blossom contra el pecho desnudo bajo la cazadora, el pulso de su sangre latiendo contra la herida en sus labios.

Sabía lo que vendría si permanecía un segundo más.
Sabía que lo de Boston sería apenas un preludio, que ahora el resultado sería más intenso, más feroz, con consecuencias que no podían ser deshechas.
Pero también sabía cuánto lo deseaba.

¡Oh, Diosa!
El pensamiento fue un grito interno.
Deseaba que la tomara, que la empujara más allá de la razón y de la necesidad, que la hundiera en esa entrega sin máscaras donde él era carne, música, fuego, espíritu.
Lo deseaba tanto que no entendía cómo podía seguir allí, inmóvil, sin lanzarse al abismo.

El nudo en su pecho estalló en lágrimas. Sus ojos se empañaron, la luz de las brasas se multiplicó en destellos húmedos.

Aion la vio quebrarse y, por primera vez, no supo qué hacer con lo que sentía.
La sonrisa torcida murió en sus labios heridos.
No era burla lo que había en su rostro, ni orgullo: era un temblor inesperado, la certeza de que ella estaba en el borde y que una palabra suya bastaría para hacerla caer… o levantarla.

Él levantó la mano, con un gesto torpe, casi inseguro, y la dejó suspendida a un suspiro de su mejilla, como si no se atreviera a tocarla sin su permiso.
—Blossom… —murmuró, su voz rota, temiendo que al pronunciar su nombre ella se deshiciera del todo.

El fuego se arremolinaba a su alrededor, las chispas ascendían como almas fugaces, y por un instante el mundo entero parecía esperar su decisión.

Blossom. Sus lágrimas le rompen más que cualquier mordisco, más que cualquier herida. Puede sentir su mano sobre su pecho, su pulso mezclándose con el suyo, y sabe: si no lo aparta ahora, no habrá marcha atrás. Lo que ocurrió en Boston será un recuerdo tímido comparado con lo que ardería aquí.

Quiere tomarla. Dioses, cómo desea tomarla. Quiere llevarla más allá de lo que soporta, fundirse en ella como carne, como música, como fuego y espíritu. Y sin embargo… la veo quebrarse, y su propio pecho se desgarra.

No sonríe. No puede. No hay burla en él, ni soberbia. Solo miedo. Miedo a perderla. Miedo a que ese fuego que comparten no sea un refugio, sino una hoguera que los consuma a los dos.

—Blossom… —susurra su nombre como si fuera una oración, como si pudiera salvarse—. Si me dejas, me quedo. Si me rechazas, me pierdo. Dime, Blossom… ¿quieres que me consuma contigo?

Blossom lo mira desesperada, sabe que por parte de él no va a encontrar ayuda. Cierra los ojos con todo el dolor de su alma y tras los párpados ve la imagen de Cathal alejándose con la derrota grabada en sus hombros, su espalda, en su andar pesado y lento. ¿Cómo puede seguir haciéndole esto? Él no está allí, él no lo verá, pero ella lo sabrá y eso se interpondrá más todavía entre ellos. Oh, Diosa, ¡ayúdame!

—Blossom. Me miras como si esperases que yo te salve… pero no puedo. No sé salvar, solo sé arder. Y tu mirada desesperada me atraviesa como hierro candente, me pide una piedad que no tengo, porque todo en mí grita por ti.

—Cierras los ojos y siento que te me escapas. Quiero aferrarte, sacudirte, arrancarte de ese dolor que no comprendo. Pero no lo hago. Solo me quedo aquí, temblando con la certeza de que lo que ves tras tus párpados no soy yo.

—Tu respiración se rompe, y en ella escucho un nombre que no me pertenece. Cathal.
No lo dices, pero lo sé. Lo sientes como una herida que sangra incluso en mi presencia.
¿Es a él a quien rezas cuando clamas
“Oh, Diosa, ayúdame”?

Su sonrisa torcida se desvanece. Por primera vez, no es el fuego que arrastra, sino el extraño que contempla su tormenta desde afuera, incapaz de tocarla. Le gustaría prometer que no se interpondrá. Que su alma estará a salvo de él. Pero eso sería mentira.

Porque, aun así, aunque sabe que la distancia entre ella y Cathal se agrandará con cada latido que le entregue, su corazón solo sabe repetir su nombre en silencio: Blossom, Blossom, Blossom…

Y entonces, en el crujido de las brasas, siente que algo más responde. Una voz que no es suya. Un susurro que tiembla en las hojas invisibles. La Voz del Bosque.

🌿 La Voz del Bosque

"Hija mía… ¿por qué buscas ayuda en los brazos que te hieren?
El fuego no pide permiso, ni ofrece refugio: consume.
Tu alma arde ya con demasiadas brasas como para entregarle más."

Los pétalos en combustión comenzaron a girar alrededor de ellos, como un círculo de brasas suspendido en el aire.
Blossom sintió el susurro en su pecho como un pulso que la atravesaba.
Aion, en cambio, lo oyó dentro de sí, como si la voz hubiera encontrado su lugar en su propia sangre.

"Cathal carga con su derrota… porque cree que te ha perdido.
¿Vas a entregarle a otro la herida que le corresponde sanar?
¿Vas a dejar que el pulso de este hombre sea más fuerte que el tuyo?"

Las lágrimas corrieron por el rostro de Blossom, iluminadas por las brasas.
Aion sintió un estremecimiento distinto: el de estar siendo medido, pesado, juzgado por algo que estaba más allá de él.

La Voz se volvió más intensa, como un viento cálido en torno a sus huesos.

"Tú eres río y bosque.
Eres semilla que se abre paso incluso bajo la ceniza.
¿Quieres hundirte en esta hoguera… o quieres que tu raíz atraviese el fuego y florezca más allá de él?"

Y entonces, la brasa en el aire estalló, y de entre la lluvia de chispas se alzó la sentencia que no era para Blossom, sino para Aion:

"Y tú… extranjero… recuerda esto: ella no es tuya, ni lo será jamás.

Puedes arder en su fuego, pero no puedes poseerlo."

El calor lo golpeó como una ola. Por primera vez, Aion se sintió intruso, no invitado. La Voz no lo expulsaba, pero le dejaba claro que cada paso que diera hacia Blossom sería a riesgo de su propia carne y espíritu.

Los ojos de ella, empañados de lágrimas, lo miraron con toda la fuerza de esa verdad.
Y en los suyos, la sonrisa torcida había muerto: solo quedaba un temblor entre deseo y temor, atrapado entre la hoguera y el bosque.

Blossom abrió los ojos.
La lluvia de brasas seguía cayendo a su alrededor, pero en su mirada ya no había duda, ni súplica, ni miedo. Había decisión.

Aion la sostuvo, buscando en ella el permiso que no se atrevía a pedir en voz alta. Y entonces lo sintió: su mano subiendo despacio hasta su mejilla. El calor de sus dedos contra su piel lo paralizó, y en ese contacto había algo más fuerte que el fuego.

El beso llegó sin violencia, suave como un pétalo que toca el suelo.
No había pasión desenfrenada, no había hambre. Había ternura. Una dulzura tan inesperada que lo desarmó de raíz, que lo dejó expuesto de un modo que ni siquiera el deseo había logrado antes.

Un amor que él nunca había sentido… y que por eso lo destruyó más que cualquier mordisco.

Blossom se apartó apenas lo suficiente para mirarlo a los ojos, y con esa misma ternura transformada en firmeza, lo empujó con suavidad. No era rechazo, no era desprecio: era un adiós que no dejaba espacio para malinterpretaciones.

El fuego aún ardía en torno a ellos, pero el verdadero incendio estaba en el hueco que dejó cuando dio un paso atrás.
Aion quedó con el sabor de ese beso en los labios, con la calidez aún en la mejilla, y con el vacío imposible de llenar en el pecho.

Blossom se volvió sin mirar atrás, su silueta alejándose entre las brasas, llevándose consigo la única victoria que él jamás había podido imaginar: amar… y elegir marcharse.

El calor de su mano seguía ardiendo en su mejilla.
El beso… ese maldito beso, suave como un soplo y más devastador que cualquier fuego que hubiera invocado en su vida, le había dejado vacío.

No era rechazo, no era burla, no era siquiera un castigo. Era algo peor: ternura.
Ella le había dado un amor que no conocía, que no sabía reconocer, y al mismo tiempo se lo había arrebatado en el mismo gesto.
Se lo ofreció y lo destruyó.

Sus labios sabían a ella y a sangre, mezcla imposible de dulzura y dolor.
Y cuando me dio la espalda, cuando la vio marcharse sin temblar, entendió que nunca había tenido nada de ella, salvo lo que quiso darle en ese instante.
Y eso era suficiente para consumirlo vivo.

Se llevé los dedos a la boca, como si pudiera atrapar el eco de ese beso, como si pudiera retenerlo.
Las brasas se extinguían a su alrededor, y con cada chispa que moría sentía que un pedazo de él se apagaba también.

La Voz aún resonaba en su cabeza, clara como hierro:

"Ella no es tuya, ni lo será jamás."

Cuando se di cuenta, estaba riendo por lo bajo, una risa amarga, rota, casi un sollozo.

Porque lo sabía: Aion, el que nunca pedía, el que nunca suplicaba… había sido destruido por un beso que no prometía nada.


La Rave

En los círculos indie y underground de San Francisco, el nombre de Aion comienza a resonar como mito urbano. Las voces corren de boca en boca, por foros, flyers clandestinos y susurros en clubs: “¿Dónde será la próxima rave de Aion?” Nadie lo dice en serio, pero todos lo buscan. Se convierte en la comidilla de la escena, como una profecía que crece con cada noche. Nadie quiere perdérsela: su música es leyenda, su energía un imán.

 El rechazo de Blossom no lo apaga,  lo ha dejado vacío y sangrando por dentro. La ternura que lo destruyó lo deja vacío, y ese vacío se convierte en hambre. No busca venganza ni consuelo: busca arrastrar a otros al abismo que lo devora. Su magia, antes vibrante, ahora es salvaje y doliente. Se convierte en un virus emocional: no hay belleza en ella, solo dolor transformado en ritmo. No crea comunión, sino contagio.

Cuando al fin ocurre, ocurre en un lugar imposible: una fábrica abandonada, un muelle en ruinas, una iglesia profanada. No es lo que esperan. Los asistentes buscan éxtasis, liberación, el clímax de una noche eterna. Lo que encuentran es devastación: un rito involuntario en el que Aion vierte su herida en la multitud. El dolor se expande como pulsos de sonido, como luces que hieren, como ritmos que atraviesan el alma. La música golpea como un latido gigantesco. Cada pulso de bajos es el eco de su herida, cada destello de luz estroboscópica abre grietas en las almas de los presentes. La multitud vibra, baila, se entrega… hasta que la onda del dolor se vuelve insoportable.

Los más sensibles a la magia —los que siempre habían sentido que “algo más” latía en la música, en la danza, en la locura de la noche— no lo soportan, sienten que el dolor de Aion se mete en sus venas. No hay escapatoria: los atrapa en un ciclo de éxtasis y agonía que los empuja más allá del límite. Algunos caen en trance, otros huyen en lágrimas y la determinación final de no seguir viviendo, otros simplemente desaparecen, como si se hubieran disuelto en el dolor compartido. Se autoinfligen la muerte en baños, callejones, rincones oscuros de la ciudad. Algunos incluso lo hacen allí mismo, en el centro de la pista, como si el clímax musical fuera también el clímax de sus vidas. 

La Rave se convierte en leyenda inmediata: nadie sabe explicar qué pasó, pero todos sienten que algo se rompió en esa noche. Para algunos, Aion es un dios en la pista. Para otros, un demonio disfrazado de DJ. Para él, solo es otra cicatriz más: un intento de llenar con mil cuerpos el hueco que le dejó uno solo.

Al amanecer, los noticieros hablan de “sobredosis colectivas” o “suicidios en masa”, pero nadie consigue explicar la sincronía del fenómeno. En la escena underground, la Rave de Aion se convierte en mito instantáneo: el evento donde unos encontraron a un dios y otros a la tumba. Aion lo sabe: no fue liberación, no fue comunión. Fue contagio. Y cada muerte lo ata aún más a su herida, porque ya no carga solo con su dolor, sino con el de todos los que lo siguieron al fuego.


NOTICIAS Y TESTIMONIOS

"No sé por qué sigo aquí. No sé si sobreviví… o si todavía estoy dentro de esa noche. Al principio era como cualquier otra rave. Oscuridad, luces, cuerpos sudando al mismo ritmo. Pero entonces él apareció. Aion. No necesitó anunciarse: bastó con que pusiera un pie en el escenario y la atmósfera cambió, como si la sala hubiera inhalado y ya no pudiera soltar el aire.

Cuando empezó la música, sentí que no estaba bailando con mis piernas. Algo dentro de mí se movía por él. Cada nota era un golpe en el pecho. No era placer, no era éxtasis. Era dolor. Su dolor. Lo sentías trepar por tu piel, meterse en los huesos, abrirte el corazón con las manos desnudas.

La gente alrededor lloraba, pero no dejaba de bailar. Algunos reían entre lágrimas, otros gritaban como si se liberaran de algo que nunca habían podido decir. Yo intenté apartarme, pero no podía. El dolor me sujetaba de la garganta.

Y entonces… comenzaron a caer. Uno tras otro. Una chica se clavó las uñas hasta sangrar, sonriendo como si al fin entendiera algo. Un chico se dejó caer al suelo y no volvió a levantarse. Otros… otros se fueron más lejos. Puñales improvisados con botellas rotas, correas, cualquier cosa. Era como si hubieran esperado toda su vida ese instante para morir.

Yo… yo no sé cómo salí. Creo que me desmayé. Cuando desperté estaba afuera, en un callejón, con la música aún temblando en mis huesos. No tengo heridas. No tengo cicatrices. Solo tengo su mirada, clavada en mí desde la cabina, como si supiera quién se quedaría para contar lo que pasó.

No fue una fiesta. No fue música. Fue un sacrificio. Y lo peor de todo es que una parte de mí quiere volver, aunque sepa que no saldría vivo la próxima vez.

—Testimonio anónimo, recogido en un foro de la escena underground de San Francisco."


San Francisco Chronicle

“Misteriosa ola de muertes en una fiesta clandestina”
San Francisco, 17 de noviembre de 2025

Anoche, en el distrito industrial de Dogpatch, una fiesta clandestina terminó en tragedia.
Fuentes policiales confirman al menos
diecisiete muertos y varias decenas de hospitalizados tras un evento que se había publicitado únicamente en foros cerrados de internet y mediante flyers sin sello oficial.

Los cuerpos fueron hallados en el interior de un almacén abandonado, donde, según testigos, se celebraba una “rave” de carácter no autorizado.
La mayoría de las muertes fueron catalogadas inicialmente como sobredosis múltiples, pero los informes preliminares del forense sugieren un patrón inusual: varias víctimas presentan signos de
suicidio en medio de la pista de baile.

Uno de los paramédicos presentes, que pidió permanecer en el anonimato, declaró:

“Nunca había visto nada igual. No era pánico, ni violencia descontrolada. Era como si todos hubieran decidido… terminar. Y lo peor es que muchos lo hicieron con una calma inquietante, casi sonrientes.”

La Policía de San Francisco mantiene la hipótesis de consumo de sustancias adulteradas que podrían haber inducido estados alterados de conciencia colectivos.
Sin embargo, al cierre de esta edición, no se han encontrado rastros de narcóticos comunes en las pruebas toxicológicas iniciales.

Entre la comunidad underground ya circulan rumores sobre un artista conocido únicamente como “Aion”, señalado como organizador y DJ del evento.
Las autoridades no han confirmado esta identidad, pero en redes sociales alternativas su nombre se ha vuelto tendencia, acompañado de preguntas como: 
“¿Dónde será su próxima rave?”

La investigación continúa, mientras familiares de las víctimas reclaman explicaciones.


Rumores entre los Despertados

·         En los Hollow Ones (Seres Huecos)

“No fue una rave, fue un rito. Alguien abrió su pecho en medio del beat y dejó que todos bailaran dentro.
Los durmientes más sensibles se lo tragaron todo, y cuando ya no había nada más que digerir… se apagaron.
Lo llaman ‘Aion’. Yo lo llamo una herida con patas.”

·         Entre los Verbena

“Los pétalos ardieron en el aire, como si la propia Nakhwa Nori se hubiera encarnado en ese almacén.
Pero no eran flores de fuego: eran almas.
Y quien lleva el fuego en la sangre no se contenta con arder solo.
Alguien debe cortar ese ciclo antes de que el bosque entero prenda.”

·         En las calles digitales de los Adeptos Virtuales

“Se infiltró en la red como un glitch. Ningún flyer, ningún foro debería haber aguantado tanto. Era como si los datos mismos quisieran que la gente llegara allí.
Un DJ, dicen. Yo digo: un vector. La rave era un virus.
Y todavía no sabemos si el virus acabó… o si solo se instaló en los que sobrevivieron.”

·         Los Mastigos

“Cada bajo era un látigo. Cada luz, un juicio.
No fue música: fue condena.
Y el peor de los castigos es que los que murieron… lo hicieron convencidos de que era justo.”

·         En voz baja, entre algunos Eutánatos

“¿Y si no fue tragedia, sino purificación?
Tal vez alguien encontró la manera de usar la pista de baile como altar.
No lo glorifico. Pero admito que me intriga.
¿Quién puede llevar tantas almas a la orilla en una sola noche… y sobrevivir?”

Blossom ha visto el corazón roto de Aion, lo ha sentido latir bajo su palma, ha probado su sangre en los labios y ha oído a la Voz del Bosque ponerle nombre a lo que es: fuego que consume, pero nunca posee.

Así que cuando la ciudad murmura “¿Quién es Aion?”, cuando los magos discuten si fue rito, virus o condena… Blossom guarda silencio.
Porque la verdad no está en foros ni en rumores, la lleva escrita en las lágrimas que derramó frente a él.

Ella sabe que la devastación no nace de un cálculo frío ni de un plan sabático: nace de un vacío personal, de un hombre convertido en herida andante.
Sabe que
la próxima rave será peor porque cada muerte lo ata más, lo hace más fuerte y más roto a la vez.
Y sabe también que, aunque el bosque habló claro, en su interior hay una parte que aún tiembla con la tentación de volver a ese fuego.

Pero no, Blossom no puede por ahora preocuparse mas por Cathal, tiene mucho que procesar. Intenta buscar la manera de salvarlos a ambos La idea de que intente salvarlos a ambos ella como el punto de encuentro entre la raíz y el fuego, la que intenta que coexistan aunque sepa que puede partirse en dos en el intento.

Aion es fuego inmediato, pasional, devastador. Uno lo ve venir como tormenta. Cathal es bosque profundo, que parece callado… hasta que en un momento te das cuenta de que nunca lo moviste de sitio, que fue él quien te sostuvo todo el tiempo.

La sala era pequeña, casi sofocante.
El aire olía a incienso apagado y a sudor, como si los muros hubieran guardado demasiadas confesiones.
Blossom estaba en medio, de pie, respirando rápido, con los hombros tensos como un arco a punto de romperse.

Aion no necesitaba hablar: su mera presencia llenaba el espacio.
El calor parecía venir de su piel, de esa energía nerviosa que recorría su cuerpo como brasas invisibles.
Su sonrisa torcida era puro desafío, pero en sus ojos aún brillaba la herida: la súplica muda de que Blossom lo eligiera, lo rescatara, lo consumiera con él.

Cathal, sentado al otro lado, parecía su opuesto absoluto.
No alzó la voz, no cambió el gesto tranquilo.
Sus manos descansaban sobre sus rodillas, los dedos entrelazados con calma.
Pero había una fijeza en su mirada, una raíz hundida en tierra que no se movía ni un centímetro.

—Así que tú eres el fuego —dijo al fin, sin tono de burla ni miedo, solo con la calma de quien nombra algo evidente.

Aion arqueó una ceja, divertido.
—¿Y tú? ¿El bosque que ella teme perderse?

—El bosque que no se quema tan fácil. —Cathal no se movió, no sonrió. La frase cayó como piedra en agua profunda.

Blossom sintió cómo el aire se tensaba, cómo la vibración de ambos chocaba a través de ella.
Su mano tembló, queriendo alcanzar a los dos, y sin embargo inmóvil, sabiendo que cualquiera de los gestos podría inclinar la balanza.

Aion dio un paso al frente, cada palabra suya un latigazo:
—Yo la haré arder hasta que olvide tu nombre.

Cathal no parpadeó.
—Y yo estaré aquí cuando el fuego se consuma.

El silencio posterior fue insoportable.
El calor del fuego y la calma de la raíz la rodeaban, desgarrándola en direcciones opuestas.
Blossom cerró los ojos un instante, y en la oscuridad interna sintió que el bosque y el incendio no se odiaban tanto como creía… que quizá su mayor temor era descubrir que podían coexistir en ella.

Cuando los abrió, los tenía a ambos mirándola.
Esperando.

El silencio se volvió ensordecedor.
Aion ardía, vibrante, como un incendio contenido en un cuerpo demasiado pequeño.
Cathal permanecía inmóvil, la calma de un bosque profundo, raíces enterradas que no se ven pero sostienen todo.

Blossom los miraba a ambos, con el pecho encogido.
Sabía que ese duelo no tenía resolución: ni el fuego vencería al bosque, ni la raíz apagaría las llamas.
Y ella, entre los dos, sentía que el alma se le partía en pedazos.

De pronto, se movió.
Un paso hacia Aion, el fuego que la reclamaba.
Otro paso hacia Cathal, la raíz que la sostenía.
Las manos de Blossom, temblorosas, se alzaron: una a la mejilla encendida de Aion, la otra al hombro firme de Cathal.

Los dos reaccionaron al mismo tiempo.
Aion tensó la mandíbula, como si ese contacto lo desarmara más que cualquier rechazo.
Cathal levantó la vista, y en sus ojos brilló algo que no era celos, ni rabia: era una aceptación solemne, casi dolorosa, como si entendiera que Blossom necesitaba sostenerlos a ambos para no romperse.

—No puedo elegir —dijo ella, con la voz quebrada—.
No quiero perder el bosque… ni dejar de arder en el fuego.

Las lágrimas le corrieron por las mejillas, pero sus manos no se apartaron.
Aion la miró, con la furia convertida en súplica.
Cathal la sostuvo con la calma de alguien que sabe esperar.

Por un instante imposible, el fuego y la raíz coexistieron en ella.
El calor de Aion y la firmeza de Cathal se unieron en un triángulo frágil, un respiro de equilibrio que no debía existir.
Un instante que era amor, condena y redención al mismo tiempo.

Y entonces la Voz del Bosque, apenas un murmullo entre brasas y hojas, habló para ella sola:

"Hija mía… no puedes salvarlos a los dos.
Pero en este intento… quizá te salves a ti misma."

Blossom apretó los dientes, el pecho temblando con un fuego que no le pertenecía a Aion, ni al bosque: era suyo.

—¡¡¡Y una mierda!!! —la voz le salió rota, desgarrada, pero firme como un trueno en mitad del claro.
Las lágrimas ardían en sus mejillas, pero no eran de derrota.
Eran de furia. De decisión.

—¡Los salvaré a los dos aunque me cueste el alma! —la voz subió, resonando contra las paredes invisibles que la Voz había levantado a su alrededor—. ¡Los dos se merecen el amor que puedo dar! ¡Y yo sé que soy capaz de albergar, cuidar y proteger lo que ellos me quieren dar!

El círculo de brasas titiló, como si dudara, como si las chispas mismas contuvieran la respiración.

—¡No soy tu hija! —escupió entre sollozos y fuego—. ¡No me conoces! Solo quieres guiarme hasta tu orilla. Lo acepto.

El aire vibró con la negación, con la afirmación.
La Voz guardó silencio, y por un instante pareció que el bosque entero se inclinaba sobre ella, evaluando.

Blossom bajó la cabeza, respirando entrecortada.
Cuando volvió a alzarla, sus manos seguían en Aion y en Cathal.
—Me necesitas… y acepto tu guía. Pero escucha bien: ¡no me digas lo que tengo que hacer!

La última palabra tronó como un latido de tierra y fuego mezclados.
Y en ese mismo instante, la luna se oscureció brevemente detrás de una nube, como si incluso el cielo necesitara apartar la mirada.

El silencio tras su grito parecía absoluto, pero el bosque no había callado. Estaba escuchando.
El círculo de brasas parpadeó, tembló como si algo más profundo que la tierra misma contuviera el aliento.

Y entonces la Voz habló de nuevo, ya no como un mandato, sino como un reconocimiento:

🌿 “Entonces no eres hija.
Eres hermana.
Eres raíz y fuego entrelazados, semilla que se niega a ser domada.
Camina, pues, con tu propia fuerza… y el bosque caminará contigo.”

Las lágrimas aún resbalaban por sus mejillas, pero Blossom ya no lloraba de dolor, sino de certeza.
Se volvió primero hacia
Cathal. Sus manos enmarcaron su rostro, y lo besó con un amor profundo, un fuego lento que no tenía nada de sumisión. Era reconocimiento, promesa, ancla.
Cathal correspondió sin dudar, y por un instante fue como hundirse en un río que nunca deja de fluir.

Luego giró hacia Aion. Sus dedos, aún húmedos de lágrimas, acariciaron su mandíbula marcada por la herida. El beso que le dio fue igual de apasionado, pero distinto: voraz, eléctrico, una chispa que incendiaba la piel y el alma a la vez.
Aion tembló bajo esa entrega, porque en ella no había miedo, solo un amor que no pedía permiso.

Blossom se apartó un paso, respirando entrecortada, los labios aún ardiendo del contacto. Los miró a ambos, primero a uno, luego al otro, y en esa mirada había una decisión más fuerte que cualquier palabra.

Apoyó una mano en la nuca de cada uno, firme, tierna, y los guió hacia el otro, uniéndolos en un beso compartido.
El círculo de brasas estalló en un resplandor súbito, como si el bosque y el fuego hubieran aceptado el pacto al mismo tiempo.

Por un instante imposible, los tres fueron uno: raíz, llama y flor entrelazadas, sellando no una elección, sino un juramento compartido.

El resplandor de las brasas iluminó el claro como si el propio aire ardiera en oro líquido.
Por un instante no hubo separación: tres cuerpos, tres almas, unidos en un fuego compartido.

El bosque entero pareció estremecerse.
Las hojas invisibles susurraron, los troncos crujieron sin viento alguno, y el suelo bajo sus pies vibró como un tambor profundo.

Y entonces la Voz habló, ya no como guía ni como madre, sino como testigo de algo que no esperaba:

🌿 “Nunca había visto este pacto.
Raíz y fuego no se besan.
Raíz y fuego se temen, se destruyen, se rehúyen.
Pero tú, hermana… los has unido.”

Un silencio reverente siguió, roto solo por el crepitar de los últimos pétalos ardiendo en el aire.

🌿 “Que quede grabado en la savia y en la ceniza:
lo que habéis sellado no es danza, ni condena, ni tregua.
Es nacimiento.
Y de vosotros nacerá algo que ni bosque ni fuego podrán contener.”

La voz se desvaneció como brisa entre ramas.
El círculo de brasas se apagó lentamente, hasta quedar solo el aroma a tierra y ceniza húmeda.
Blossom aún los sostenía,  Aion y Cathal, respirando como si acabara de atravesar un parto espiritual.

Y en los ojos de ambos hombres, tan distintos, se reflejaba la misma certeza: ninguno podía ya reclamarla solo para sí.
Lo que existía entre los tres era algo nuevo, más grande que cualquiera de ellos, algo que ni el bosque ni el fuego habían previsto.

Y esa noche y muchas noches mas después de esa su pacto, su compromiso se hizo carne y sangre. La unión, la sagrada y la mundana se consumó para reclamar esa fuerza que les daba el amor.




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